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Pues nada, que aquí no hay quien pare. Está ocurriendo como en esas películas y realidades cuando la madama da una alegre palmadita indicadora de que las niñas han de salir al salón, o cuando en las pacíficas plazas de nuestros pueblos y ciudades el ... pregonero, nuncio o bandolero echaba el bando por el que un ramillete florido de mozos debía viajar a la guerra voluntario, es decir, por su propia voluntad.
«Por Dios, por la Patria y el Rey/ lucharon nuestros padres», rezaba el viejo himno carlista, uno más entre aquellas canciones mensajeras, que casi siempre parlaban de guerra, esa manía humana. Y seguían: «Cueste lo que cueste,/ se ha de conseguir/ que las boinas rojas/ entren en Madrid». ¿Qué ocurriría hoy si aquellos jornaleros de cresta roja tan vilipendiados por don Pío (Baroja) se acercaran a Madrid? Quedarían anonadados ante tal espectáculo epidemiológico y político.
Pues nada, que los de arriba nos han cerrado en el aprisco. Menos mal que uno de los agarraderos que nos quedan es el de la fidelidad de los animales domésticos, siempre a nuestro lado. He recordado esta circunstancia al haber leído que han aparecido multitud de sarcófagos muy bien conservados en uno de los yacimientos más populares de Egipto, el de Sakkara. En ese lugar la diosa más común es precisamente Bastet, la gata.
Quizá usted haya tenido el gusto de saludarla en la estupenda escultura que se guarda en el museo del Louvre. Muestra la divinidad felina, doméstica, protectora de los habitantes del hogar egipcio, unas bellas orejas que recuerdan las de Batman, el hombre murciélago.
Se ve que los humanos, acojonados frecuentemente ante las dificultades de la vida, hemos acudido a pedir consejo o ayuda a los animales y hemos echado mano de los que más se daban en nuestro entorno. Los monoteístas llamaban supersticiones a esas creencias, de manera que, con los siglos, las tornas han cambiado y aquí nos hemos vuelto unos sosos y solo acudimos ahí por enero a san Antón.
Una vez acabada la vendimia, una extraña niebla continúa empecinada por todas las tierras de España. Hay quienes opinan que, teniendo que dar la vuelta a la situación, nuestros amados e inteligentes líderes no aciertan encontrar el camino ni adrede. Yo creo que, en medio de sus trifulcas, deberían consultar a la diosa gata, que era, además, la diosa de la alegría.
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