Garzón de pico largo

Poner al sector cárnico por encima de la industria y el transporte en la emisión de gases de efecto invernadero es un enorme error. Según la Agencia Europea del Medioambiente, solo el 10,5% de los gases de efecto invernadero provienen del sector agrícola y ganadero en su conjunto, por tanto, mucho menos de la ganadería intensiva. Relacionar directamente la desertificación con el consumo de carne es otra idea peregrina, ya que las explotaciones ganaderas en intensivo juegan un mínimo papel en esta cuestión.

Pero el mayor disparate es afirmar que la instalación de modernas explotaciones ganaderas contamina el suelo, el agua, y produce carne de baja calidad, obtenida a partir de animales maltratados. Pues bien, estas explotaciones cumplen las más estrictas normas medioambientales que existen a nivel mundial, como son las europeas, precisamente para minimizar la contaminación del suelo, el agua y la atmósfera, y para garantizar la higiene, comodidad, sanidad y buena alimentación de los animales a lo largo de todo su ciclo de vida.

Todos estos argumentos y otros de similar imprecisión, para aconsejar la reducción del consumo de carne. Parece olvidar que España es uno de los países con mayor esperanza de vida del planeta, y que en ello influyen, entre otros factores, la calidad de nuestra dieta, en la que el consumo de proteína animal es clave. Como dice también nuestro saber popular, que no es ciencia, pero que con mucha frecuencia va en paralelo: comamos de todo en plato pequeño, mi pequeño Garzón.