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Todo lo que está por hacer se deletrea con el mismo prefijo. Es el momento de la reconstrucción, hay que reflotar, urge repensar, nada sin reformular. La pandemia que ha tensado el músculo de la sanidad exige ahora una respuesta económica sin precedentes, mientras en ... paralelo a esas luchas vitales se dirime otra secundaria por el lenguaje. El coronavirus ha mutado en COVID-19, la normalidad que un día disfrutamos ya es vieja y los albergues donde quizás tengan que guardar cuarentena los asintomáticos serán celestiales arcas de Noé. Un eufemismo más, un día menos. La sílaba que gobierna el diccionario es también con la que se escribe la palabra residencias. Las de mayores, los centros que la enfermedad ha castigado con una intensidad que ninguna estadística fluctuante puede edulcorar, requieren estar a la cabeza de la nueva conjugación. Redefinir cómo queremos cuidar a los que nos cuidaron, redimir lo que el bicho ha malogrado y, sobre todo, refrenar que suceda otra vez. Tan estéril para la reconstrucción del modelo resulta denunciar la laxitud de la administración ante lo previsible como abonar la sospecha de que la culpa recae en una estructura privatizada. La mortalidad no ha mirado la titularidad de las residencias de mayores ni ha discernido si las víctimas estaban concertadas. La capacidad de reacción y los medios disponibles han sido antídotos de urgencia. El rediseño de la atención a la tercera edad pasa más bien por anticipar los protocolos, el celo en su cumplimiento y que nuestros abuelos sepan que no los relegamos, sino que los requetequeremos.
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