El secretario general de Naciones Unidas cumple su papel de 'conciencia del mundo' al alertar del «poco tiempo que queda para evitar un fracaso» de la Conferencia de la ONU sobre el Clima (COP26) que comenzará el día 31 en Glasgow. Con su combinación de ... inquietud y, a pesar de todo, «esperanza», António Guterres persigue enfocar la atención del planeta hacia una cita decisiva, que en esta ocasión llega precedida por la cumbre de líderes del G20 que se celebrará el próximo fin de semana en Roma. El desafío climático figura en la agenda de este encuentro de las grandes potencias, que servirá de termómetro para calibrar la voluntad de entendimiento que cabe esperar de los que son a la vez responsables del 80% de las emisiones globales de CO2. Si la previsión de asistencia de los dirigentes puede considerarse como un primer paso hacia el compromiso, conforta el regreso de Biden a Europa y decepciona la ausencia de Putin y sobre todo de Xi Jinping. Pero será preciso analizar la posición de las delegaciones a la hora de la verdad, en el foro escocés, para medir la importancia de algunos malos presagios.
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Ni Rusia, ni China, ni India parecen decididos a conseguir la neutralidad de carbono para 2050, un objetivo vital si se quiere ver limitado el calentamiento global a 1,5 grados, por más que los expertos consideren esta meta ya inalcanzable. Estos mismos tres países tampoco ofrecen garantías de querer avanzar al ritmo necesario en la eliminación del carbón y el resto de combustibles fósiles. La cumbre de Glasgow aspira a mantener vivos los principales acuerdos logrados en París en 2015, una ambición que choca contra las enormes cifras del negocio tradicional o con la deliberada confusión que exhiben actores como Australia, México o incluso la equívoca Noruega entre una reclamada «soberanía energética» y la drástica exigencia de reducción de gases de efecto invernadero de aquí a 2030.
La cumbre de la ONU deberá sortear a los numerosos grupos de presión que engrosan esa cifra de 25.000 asistentes tan poco sostenible y hacer valer los efectos en forma de catástrofes cada vez mayores y más frecuentes que desencadena ya la deriva climática. Convertir 2022 en el año en que se empiece a encarrilar una transición energética exigente con los más poderosos e inclusiva de los más vulnerables pasa por instalar en la conciencia de dirigentes y ciudadanos la urgencia de comprometerse y actuar.
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