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Juan Carlos I debe saber que su pasado no puede absolver su presente o condicionar su futuro. Ha derrochado todo el crédito que le dimos los españoles aprobando la Constitución. Del pasado se aprende pero no conviene venerarlo de forma acrítica. Hoy los españoles asistimos ... expectantes a la crisis de la institución de la Corona, ya nadie puede negar lo evidente.
En España convivimos no solo republicanos y monárquicos sino quienes tenemos memoria de la transición a la democracia y quienes han crecido en ella. Los primeros recordamos la lucha por los derechos y libertades de los que hoy disfrutamos y los segundos nacieron ya en un país libre y democrático. Es imposible que ambos tengamos igual visión del pasado pero el futuro hay que construirlo juntos. La Constitución nació de un pacto entre posturas antagónicas. Los republicanos aceptaron la monarquía y los monárquicos la democracia plena para alejar el fantasma del golpismo que estaba en plena ebullición como demostró burdamente Tejero el 23-F. Si nuestro futuro era Europa, optar por la democracia era la única opción inteligente que tenía Juan Carlos I. La sociedad fue transformándose al mismo ritmo que lo hacía España. La Corona no molestaba en ese proceso de cambio acelerado que se vivió, pese a los duros golpes del terrorismo etarra en los años ochenta.
La monarquía parecía un hermoso decorado. Se silenciaron todas las actuaciones excéntricas del monarca pese a conocerse la mayoría. La prensa renunció a cumplir su función, algo que no ocurre en otras monarquías parlamentarias. De pronto, se abrió la veda y conocimos las actividades de Urdangarín, los negocios y trapisondas de Juan Carlos y los excesos de algunos de sus nietos. Lo tolerado pasó a ser intolerable. La propia monarquía quedó desconcertada al verse en el disparadero y se precipitó la abdicación en Felipe VI.
Este es el punto de inflexión que ha abierto un debate social innegable. La España actual no es la de 1978, hoy no está dispuesta a aceptar ataduras del pasado de forma acrítica ni a tolerar corruptelas. España es diversa, hay quienes defienden al rey emérito con pasión, los que habiéndolo hecho no ocultan la decepción y se suman a los republicanos juancarlistas también contrariados. Los que prefieren que se herede la Jefatura del Estado se oponen a quienes consideran que debe elegirse por sufragio universal. Ya no vale el silencio que encubrió a la monarquía, el debate sobre su utilidad es la consecuencia de las actividades poco honorables de Juan Carlos I. Es la primera vez que los españoles se lo plantean abiertamente, otro asunto es si en España hay más monárquicos que republicanos. Hoy no lo sabemos, pero negar la tormenta es ponerse una venda en los ojos. El futuro no está escrito y a lo mejor descubrimos que el pasado tampoco.
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