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El estadio de Kanjuruhan en la localidad indonesia de Malang pasó a engrosar ayer la lista de episodios trágicos que viene jalonando la historia del fútbol, el deporte que más masivamente canaliza las emociones colectivas pero que también da lugar de tanto en tanto al ... estallido del drama. Al menos 125 aficionados murieron en el campo asiático atrapados en una estampida, y la cifra de víctimas da la primera medida del estremecedor alcance de la avalancha no solo por su envergadura; también porque no está claro cuántos son en realidad los fallecidos, tras los vaivenes en su cuantificación oficial. Es preciso que las autoridades indonesias especifiquen cuanto antes la gravedad de la tragedia. Y es obligado despejar el grado de responsabilidad que contrajo la Policía al intentar solventar la invasión del terreno de juego por seguidores del equipo local, exaltados ante la derrota de su equipo frente a su gran rival, lanzando gases lacrimógenos contra la multitud –el aforo era de 45.000 personas– y provocando el pánico que se convirtió en el detonante de la desbandada convertida en trampa letal. El fútbol se ha cobrado alrededor de 1.500 muertos en distintos escenarios y circunstancias. Demasiados para no calibrar los riesgos que puede entrañar como gran deporte de masas.
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