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La Superliga amenaza con fracturar el fútbol europeo, que puede buscar mayores ingresos sin cuestionar los valores del deporteEl proyecto de una Superliga impulsado por doce poderosos clubes, que sustituiría de hecho a la Champions, coloca al fútbol europeo al borde de una fractura. La amenaza de la UEFA de que los equipos que se sumen a esa iniciativa rupturista quedarían apartados de ... sus torneos domésticos y de todos los internacionales existentes en la actualidad, y sus jugadores excluidos de sus respectivas selecciones, ilustra sobre la envergadura del pulso. Pero ni ella ni los ricos promotores de esta rebelión en toda regla en busca de una sustancial mejora de sus ingresos parecen en condiciones de llegar tan lejos como sugieren sus movimientos iniciales sin asestar un golpe de consecuencias impredecibles a la estabilidad de un deporte transformado en industria cuyo valor fundamental no debe ser la consecución del máximo beneficio.
La libertad de mercado podría amparar la controvertida y elitista iniciativa, en gestación desde hace años y alumbrada ahora al calor de los destrozos económicos causados por la pandemia en los principales clubes. Pero principios como el afán de superación o la excelencia, que premian a quienes los practican de forma más exitosa con el acceso a los torneos continentales aunque carezcan de renombre internacional y de cuantiosos recursos, no pueden ser sustituidos por una competición sujeta a un régimen de cuasi monopolio. Aunque sus fundadores concedan a otros la posibilidad de sumarse al proyecto de forma esporádica o resuelvan compartir la rentabilidad de la fórmula contribuyendo a la financiación del fútbol europeo. La reacción contrariada de la inmensa mayoría de equipos, de la UEFA y de la FIFA, y de la Federación y de la Liga en nuestro país, revela que la pretendida Superliga deberá superar un partido muy difícil frente al resto del universo futbolístico para hacerse realidad. La oposición de Gobiernos nacionales y de la UE da cuenta de que el intento afecta al interés público y surge en medio de serios obstáculos que complican su plasmación.
Solo un acuerdo entre los principales actores que reforzara el atractivo de la actual Champions y garantizara una mayor generación de ingresos entre los clubes participantes, susceptible de satisfacer las expectativas de los grandes y de los que no lo son tanto, podría salvar un desencuentro que corre el riesgo de volverse contra el fútbol también como negocio televisivo. Es de esperar que al final triunfe el sentido común.
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