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He leído con gran esfuerzo para creerlo que la Federación Española de Fútbol planea rendirse a los petrodólares y llevar a Arabia Saudí, el país más rico, pero también el más anacrónico y retrógrado del mundo, la disputa de la final de los partidos de ... la Supercopa española. No conozco muchos detalles ni me interesan porque uno, que ya ha estado varias veces en Riad, Yeda y otras ciudades sauditas y sabe lo que es aquello, se cuida de que noticias así no le revuelvan las tripas. Arabia Saudita es el país donde más se discrimina a las mujeres, consideradas como seres secundarios, sometidas las veinticuatro horas al machismo más intransigente y al desprecio más inhumano. Allí todavía se castiga a los condenados a pagar con la imputación de una mano en la plaza pública y, por supuesto, la élite real, con sus más de cinco mil príncipes, continúa disfrutando de unas riquezas y unos privilegios que les vuelve una clase única en el mundo, y les permite mirar a los demás con el derroche de sus millones, la facilidad para conseguirlos y la prepotencia para gastarlos.
Hace poco más de año, el Gobierno saudita y su hombre fuerte, el príncipe heredero Mohamed bin Salmán, cometieron el asesinato más horrible y cruel de los tiempos presentes. El periodista, columnista del Washington Post y crítico con la dictadura patriarcal Jamal Khashoggi entró en el Consulado Saudita en Estambul a recoger unos documentos para casarse y ya no salió ni por sus pies ni siquiera en un ataúd. Unos energúmenos enviados en un avión especial desde Riad lo atraparon, forcejearon con él, le ahogaron, lo descuartizaron sobre la marcha y disolvieron sus restos en una caldera con ácido llevado expresamente.
Hace tiempo que el fútbol, cuyas competiciones siguen despertando pasiones, ha dejado de responder a los principios del deporte para convertirse en un entramado de negocios y corruptelas que deberían avergonzar a los aficionados. Es en esta deriva repelente en la que habrá que encuadrar ese acuerdo para, a cambio de unos cuantos millones, se ayude a blanquear los desmanes y satrapías de quienes siguen denigrando la condición femenina, quitándole los derechos a los súbditos de a pie y desafiando la libertad de la prensa.
Las principales televisiones han reaccionado con el ejemplo anunciando que no transmitirán ningún partido de esta naturaleza. Es una decisión que engrandece su imagen y pone a cubierto a sus periodistas y técnicos de tener que contribuir a mostrar al mundo unas imágenes que tergiversan y ocultan una realidad que la dignidad de las personas no puede por menos que deplorar. Ignoro lo que harán los máximos responsables del entramado futbolero español, si poner la mano para recoger los petrodólares o salvar la dignidad de los españoles.
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