Cuando yo me vine a Logroño, hace más de 30 años, mis padres pusieron el teléfono en la casa. Hasta entonces no había sido necesario porque todos residíamos en el mismo pueblo. Mi padre apenas se ponía al aparato cuando llamábamos, porque no tenía costumbre ... y era mi madre la que se encargaba de mantenernos al corriente de los asuntos familiares. Lógicamente, eso cambió cuando enviudó. Para mitigar un poco su soledad mis hermanos y yo lo llamábamos a diario. Lo cierto es que la mayoría de aquellas conversaciones no tenían relevancia, pero hoy daría lo que fuera por marcar aquel número, que aún tengo memorizado, y escuchar sus voces al otro lado de la línea.
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Precisamente hoy me he acordado de una de aquellas conversaciones; hablábamos de lo poco que le habían subido la pensión y me soltó de repente que la culpa era de los funcionarios. Me sorprendió que me dijera algo así y le espeté: «Papi, ¿tú sabes que tus tres hijas, tus tres yernos y tu nuera son funcionarios?»
Mi padre me negó que fueran funcionarios. Me explicó que, por ejemplo su yerno Benito era policía, su nuera Susana profesora y su hija Trini enfermera. Que él se refería a los de las ventanillas, a los que se iban a desayunar tres o cuatro veces al día. Le expliqué que ya no había ventanillas y que tanto desayuno no había bolsillo ni estómago que lo resistiera. Y no contenta con eso le argumenté que ojalá algunos trabajadores tuvieran la posibilidad de ser funcionarios. Y para ello le puse un ejemplo que él tenía muy cercano. Se trataba de Tina, la persona de ayuda a domicilio que lo cuidaba. Mi padre le tenía gran aprecio por su amabilidad y profesionalidad. Casualmente, unos días antes él mismo me había referido que Tina pagaba mucho de alquiler pero que era imposible que le dieran una hipoteca porque ganaba poco y además no era fija. Le pregunté a mi padre si sabía quién le pagaba a Tina, me respondió que el Ayuntamiento. Le expliqué entonces que no era exactamente así. Me constaba que el Ayuntamiento de mi pueblo prestaba el servicio a través de una empresa privada.
Mi padre, que era inteligente, comprendió entonces que Tina debería estar contratada directamente por la Administración, que así podría cobrar el salario que merecía y podría vivir mejor. Entendió también que el papel de la empresa no era ahorrar dinero al erario público sino tener beneficios.
Soy una gran defensora de lo público, considero que los servicios públicos en materia de educación, de salud, de urbanismo, de cultura o de seguridad ciudadana sólo se pueden prestar con empleados públicos que se hayan sometido a un proceso de selección que garantice la igualdad de oportunidades y que permitan que los más preparados sean los que realicen el trabajo. Recordemos, sin ir más lejos, la labor encomiable de los funcionarios y funcionarias en la pandemia.
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Y estoy segura de que muchos de ustedes conocen casos como el de Tina, en la sanidad, en la enseñanza, en la limpieza y, por supuesto, en la ayuda a domicilio. Profesionales que, dicho sea de paso, prestarían sus servicios sin la necesidad de engordar la cuenta bancaria de ninguna empresa privada.
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