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Ahora mismo, hay una cadena de televisión cuya parrilla (nunca mejor dicho, pues la cosa es abrasiva) se centra y despliega sobre la confesión por entregas –perfectamente calculadas en sus plazos, además de en sus tramos intercalados o laterales– de una mujer, de 43 años, ... muy popular, Rocío Carrasco Mohedano, acerca de su pasada vida conyugal y familiar, relatada como una secuencia traumática, tormentosa y con episodio autolítico: término que ha entrado de lleno en el prime-time. La pretensión de la cadena, no obstante, parece ir más lejos (del pudor, desde luego), pues se ha propuesto, por elevación, un discurso sobre la verdad. Y así, sobre 'la verdad', figuras del salvacionismo tomate, naranja o de luxe, imparten cada tarde-noche magisterio y doctrina. Lo que ha llevado a abrir, por ejemplo, un debate público sobre el número autolítico de pastillas, y a una guerra de partes médicos o de autos judiciales mostrados a toda pantalla. A un prime-time monográfico, sin interrupción, como enfermo; a un circuito cerrado de elenco y titulares. Sordidez en abierto. Realimentada a la mínima que lo permite (o si no, se abre) cualquier hueco en cualquier emisión de la casa. Y en general, de la atmósfera: lo de Rocío Carrasco entre vacuna y vacuna; lo de Rocío Carrasco entre el debate del final sobre el Estado de Alarma; lo de Rocío entre las elecciones madrileñas; el 'negacionismo' aplicado a lo Rocío Carrasco. Yo creo que no existe precedente de tamaña desmesura, aunque las posibilidades de que haya réplicas del formato parece inevitable, por razones de caja, supongo. Téngase en cuenta que esta ceremonia de 'la verdad' (y ceremoniosa es su puesta en escena, y grave el tono) sucede entre los cortes de publicidad (como toda televisión comercial, por supuesto), que es lo que constituye la verdad verdadera de una empresa de medios con vocación de líder en el mercado publicitario. No me extrañaría que ya haya cola de postulantes a contar «para seguir viviendo» (sic). Y cobrando por ello, naturalmente. Todo este negociado 'del corazón' abarata el honor del músculo y encarece los cachés de los sujetos mediáticos. Pudiera ser, me parecería incluso lógico, que se produjeran spin-offs, sin salir de este mismo drama, pues el personaje del villano es (era) un colaborador veterano de la cadena, ahora sacrificado, sin embargo, en aras de la verosimilitud, pero que bien pudiera ser el protagonista de una segunda temporada, de los mismos creadores de la primera. En fin, ellos y ellas sabrán. Si les sale o no a cuenta el precio que se cobra y el que se puede acabar pagando. Y claro, igual de inevitable me resulta el traer ahora aquí, y a mi corazón de espectador, la película Función de noche, del año 1981, dirigida por Josefina Molina. Y no es que la traiga, acude sola en contraste con la presente pandemia docuserial. Frente a la difusión invasiva y el volumen de negocio del presunto periodismo cardiovascular, aquel acto a puerta cerrada y cámaras de cine discretas, de una mujer de 45 años, Lola Herrera, actriz, que (se) había descubierto, vía interpuesta de un personaje de ficción, la Carmen Sotillo de Cinco horas con Mario, una vida de frustraciones, insatisfacciones, traiciones, e infelicidad, en todo, educación sentimental, formación cultural, sexo, matrimonio; aquella escena, en el lugar de una actriz, su camerino, pero en la palabra de una mujer en cuya mochila de carencias y desengaños iba una generación entera de mujeres españolas nacidas en los años de la guerra; aquella conversación cara a cara con su marido Daniel Dicenta, sin intermediarios, ni reservas, ni trucos, ni guión, tan valiente él como ella en el relato; pues aquella Función de noche de noventa minutos justos resulta hoy más que nunca un ejercicio narrativo a tumba abierta, como lo venía siendo para Lola Herrera desde hacía muchas noches cada representación de la obra. Desnudo, verdadero, inmarcesible, necesario, revolucionario, para seguir sobreviviendo todas y todos.
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