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Vivimos en un tiempo de charlatanes que añoran épocas de una España que ya no existe. Esta semana el diputado José María Sánchez García, en nombre de Vox, ha proseguido su tarea de demolición de la institución parlamentaria. Este catedrático y juez en excedencia, es ... decir un hombre que sabe lo que dice y por qué, ha elevado el tono de los insultos comparando al presidente Sánchez con Hitler y al ministro Bolaños con Goebbels. El diputado de VOX argumenta, con semejantes metáforas, que su finalidad es salvaguardar la democracia. No cabe mayor cinismo. Mientras los diputados de Vox ríen y aplauden al machote, veo con tristeza la degradación política a la que estamos llegando y el clima de enfrentamiento que se está fomentando.
Lo ocurrido no es fruto de un calentón momentáneo, como el de Will Smith en los Oscar, sino una estrategia calculada para minar la credibilidad de nuestra todavía frágil arquitectura constitucional. Si Pedro Sánchez «es como el führer» no sé qué calificativos tendrán para Putin, verdadero autócrata al que tanto admiran. El diputado acabó su intervención elogiando al húngaro Vicktor Orbán, que acaba de ganar las elecciones burlándose, en su primera declaración, de los dirigentes de la Unión Europea y del presidente ucraniano, Zelenski. Yo ante este estas actitudes siento un poco de miedo porque cuestiona derechos y valores que hemos protegido entre todos.
Entiendo que a Vox no les guste el gobierno y que lo critiquen, pero no nos engañemos, mejorar las cosas no es su objetivo sino agrupar a todos los cabreados para derribarlo.
Que vivamos tiempos difíciles y que la tristeza nos invada no quiere decir que nuestro país sea el desastre que algunos pintan en apocalípticos discursos. Es intolerable que el Congreso, la sede de la soberanía popular, tenga el nivel de un parvulario y el ambiente sórdido de una taberna cutre. Si los insultos relucen más que las ideas es porque la finalidad no es aportar soluciones sino degradar la institución para que los ciudadanos se pregunten: ¿para qué queremos un parlamento? Si no sirve para nada útil, mejor lo cerramos. Esa es la conclusión a la que nos encaminan los excesos verbales y la bronca que cada día se repite en el Congreso. El objetivo no confesado de la ultraderecha no solo es derribar al gobierno sino cuestionar los pilares del sistema político construido entre todos y en el que debemos caber todos. Los partidos que han forjado la España democrática deben elevar el nivel de sus discursos y cambiar sus actitudes políticas para que a nadie se le pase por la cabeza inutilizar al Parlamento. Si en Rusia hubiera un parlamento verdaderamente democrático, un contrapoder, Putin no habría agredido a Ucrania. La democracia no es un juego de machotes sino de defensores de la libertad de todos.
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