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Cuando un reino se mira asolado, ya por su miseria, o ya por las guerras, no por eso sus habitantes se prohíben mutuamente las comunicaciones, al contrario, se buscan creyendo hallar consuelo... Pero cuando una enfermedad epidémica ataca a un pueblo llenándole de terror, sus ... mismos habitantes se olvidan unos de otros, no haciendo caso el esposo de su compañera, ni los hijos de sus padres, sino que creen hallar el remedio en la fuga.
Esto escribió en 1834 el doctor González Sámano en una de las oleadas de cólera que asoló España a lo largo del siglo XIX. Casi dos siglos después, constatamos que en esta pandemia estamos de nuevo en fuga, huimos de nuestra propia responsabilidad como entonces, los que podían, huían de los focos epidemiados.
El médico Fernando de la Calle, del Hospital La Paz-Carlos III (Madrid), tras exceder su jornada de trabajo para atender a pacientes con Covid-19, tuiteó: «saludos a los del botellón, a los del ansia viva por el copazo arrejuntado y el terracismo pegadito, a los de la mascarilla acalora y a los de me besuqueo-achucho-comparto botellas a morro con mi gente». Contó cómo un joven con fiebre y síntomas Covid se presentó a trabajar sin avisar. A él no le pasó nada pero un compañero acabó ingresado grave. Hago lo que me da la gana porque, como se dice en la Ribera, «qué chorra más da». El sálvese quien pueda se impone como norma de conducta.
En Madrid, la Comunidad ha tenido que hacerse cargo del entierro de 59 fallecidos en residencias y hospitales a los que nadie ha reclamado. Hasta los perros son mejor tratados. No solo murieron en soledad sino que nadie se interesó por saber si estaban vivos. Nos quejamos de que no aguantamos la mascarilla, del aburrimiento en casa, de lo que hacen el vecino, el político, los jóvenes y los sin techo, pero nunca de nuestra propia irresponsabilidad.
Las comunidades autónomas compiten en una carrera absurda de aparentar que una lo hace mejor que la otra, como si el virus conociera nuestra organización territorial. Los políticos clamaron por la tardanza en confinarnos, después por lo innecesario de ampliar el estado de alarma y ahora muchos lo añoran. Ninguno reconoce errores propios. Quienes peor enfrentaron la pandemia, tras negarla, como Boris Johnson, señalan a otros con el dedo para ocultar sus propias miserias. Otros, léase Trump, tratan de acaparar las futuras vacunas como el tío Gilito su dinero... La lista de comportamientos censurables que influyen en la salud y el empleo ajenos no para de crecer. Hay gente maravillosa pero las miserias afloran con más intensidad en tiempos de desgracia. Nuestra sociedad se deshumaniza ante el miedo.
Creo que no procedemos del homo sapiens sino del homo imbécil. Nos podremos fugar de nuestra responsabilidad pero no de sus consecuencias.
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