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En la política española siempre hay un gran presidente de gobierno que no lo fue. El último de esta especie es Alfredo Pérez Rubalcaba. El viernes, muchos verbalizaron esta convicción, lamentándolo, algo así como con carácter retroactivo. Pero dudo que le votaran en 2011. ... O al menos no le votaron lo suficiente. También es verdad que en la política española siempre hay un gran vicepresidente de gobierno que realiza tareas de presidente o incluso de más allá. El último de esta especie fue Alfredo Pérez Rubalcaba. El viernes, muchos reconocieron -e insistieron en, como un meme- el valor de estadista de Rubalcaba. Aunque nunca se lo admitieron en su momento, claro, e incluso tiraron -a dar- sobre el pianista. Lo del pianista: el viernes por la tarde, nada más conocerse su fallecimiento, TVE repescó la última entrevista con Rubalcaba que figuraba en su archivo.
El programa, de hace unos años y realizado a pie de su antiguo escaño, tenía una apertura y un cierre musicales -supongo que los mismos de su primera emisión- en los que resultaba imposible no apreciar un comentario editorial intencionado, que este viernes sonaba especialmente desafortunado, por delimitar una injusta edición de la trayectoria política del entrevistado. Entraba la entrevista con «El hombre del piano», cantado por Ana Belén -ya saben: un tipo empapado en alcohol, agarrado a una tabla de náufrago y vencido por una mujer-, y salía con «Sin ti, no soy nada» -ya saben: el soltárselo Rubalcaba al diputado Gil Lázaro cuando lo del «Faisán», le había costado un airado zaska de la cantante de Amaral-. Así que la entrevista con Rubalcaba, siguiendo la pauta de la banda sonora, se iniciaba con el tema del fracaso y concluía con el tema de la apropiación indebida.
Pero, en fin, en el momento de aquella entrevista -que en cierto modo tenía un aire post mortem- Rubalcaba, con sus miras en el reingreso a la política molecular, se encontraba ya en otra fase del ciclo del carbono, que fue su tema nuclear en las muchas formas alotrópicas que este podía presentar: entre ellas la política, en la que se manejó, según como vinieran dadas, al grafito o al diamante: que es como estar a las maduras y a las duras. Estuvo más a las duras, desde luego. Lo del 'saber estar' que tantos que nunca se lo reconocieron en vida -sino muy al contrario- se lo conceden ahora, debe ser eso: no figurar -algo que Rubalcaba nunca hizo- sino estar y resolver en lugares ingratos, incómodos, invisibles, químicamente muy complejos, imposibles. En la política española, pocas veces se cuenta con un químico orgánico con resistencia de corredor de fondo, o con un corredor de fondo con la estructura intelectual de un químico orgánico. Esa síntesis es muy inusual y Rubalcaba fue un ejemplo excelente, de altísimas valencias y rendimiento.
Se han recordado estos días imágenes de ese primer instante en el que eclosionó la cadena de reacciones que condujeron al joven químico de Solares al socialismo y a la política. La doble pista del laboratorio y del atletismo. Unas mismas zapatillas, fuelle y camiseta -que dijo siempre llevaría hasta el final de sus días y cumplió- para las cuestiones químicas y para las de la patria. De hecho, Rubalcaba comenzó a correr, como España, en 1975. El año en que se pasaría de la democracia orgánica a la química orgánica. Rubalcaba nunca pararía en aquella carrera iniciada en el 75. Y nunca se salió de su calle. Y convirtió los 100 metros lisos en un circuito de miles de kilómetros con infinidad de accidentes en su firme. Y el récord de 10,9 segundos en años de permanencia. Salió Rubalcaba como impulsado por eso que los padres de la química orgánica denominaban la 'fuerza vital', principio, requisito, de cualquier síntesis; como la síntesis del socialismo a la que él llegó, o la de España, estructura tan espinosamente hidrocarbonatada en todos los aspectos. Se ha ponderado mucho estos días -sobre todo a los que nunca se les oyó decirlo, muy al contrario- que Rubalcaba tenía a España en la cabeza. Sólo la podía tener un analista de los enlaces covalentes a la vez que practicante del atletismo. La velocidad en la carrera, unida a la velocidad de los enlaces hizo de Rubalcaba un catedrático completo de la realidad española, en sus más profundos procesos, que constituyen casi una química propia. De alguna manera, Rubalcaba nunca se quitó la bata. Hubo un tiempo en el que en la composición de la política española existían un elemento como Alfredo Pérez Rubalcaba, vital. Y con sentido del humor: el mejor de los elementos de la tabla.
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