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Las declaraciones del presidente de Castilla-La Mancha, Emiliano García-Page, alertando contra el perjuicio electoral que provocan a los socialistas los pactos con Unidas Podemos, ERC y EH Bildu y oponiéndose a la estrategia de descalificar a Alberto Núñez Feijóo como un «insolvente», han ... provocado irritación en la ejecutiva del PSOE. La colisión vuelve a escenificar las tiranteces que surgen en los partidos entre la libertad de sus cargos para expresarse y la lealtad a las siglas y al liderazgo; entre las políticas que se despliegan y el margen para discrepar de ellas, incluso públicamente. Resulta inquietante que ante las críticas recibidas por no haber manifestado su disconformidad en el consejo federal que Pedro Sánchez encabezó el sábado en Zaragoza, García-Page haya sugerido que no hay lugar para el debate en los órganos internos del PSOE. Más allá del malestar que hayan generado sus palabras, ni el presidente Sánchez ni quienes le rodean en su núcleo duro deberían desconsiderar lo que late en la advertencia de su barón castellanomanchego: el temor a la erosión del proyecto socialista por unos acuerdos parlamentarios y una táctica de confrontación con Feijóo que le alejarían de un espacio sociopolítico reconocible.

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