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El Gobierno pone fecha a la exhumación de Franco». «Franco será trasladado el 10 de junio al cementerio de El Pardo». «El panteón donde será enterrado Franco pasa a ser propiedad del Estado». «El Gobierno ningunea al Supremo y asegura que Franco será exhumado el ... 10 de junio». «La capilla y el panteón donde será enterrado Franco costó al erario público un millón y medio de euros». «Franco será incinerado»...
Es solo una muestra de titulares recientemente leídos o escuchados acerca del principal problema de los españoles a juzgar por el obsesivo empeño del Gobierno en solucionarlo. Ninguno se refiere a los restos mortales, la momia o los huesos del que fuera general Franco. No. Se habla de «Franco», como si aún viviera, sepultado de por vida eterna en batín y zapatillas en un zulo bajo la losa de la basílica de los Caídos ante la que sus incondicionales se arrodillan, fingiendo rezar, para susurrarle bajito: «Excelencia, deje de verse inaugurando embalses en NO-DOs y póngase el uniforme que vienen los rojos a sacarlo de aquí.»
La constante referencia a este hombre fallecido hace cuarenta y cuatro años como si continuara vivo significa el triunfo del revanchismo guerracivilista con el que la izquierda española en general y el PSOE postfelipista en particular se emplean a fondo para deshacer aquella ejemplar Transición entre dictadura y democracia basada en la reconciliación, la concordia y el consenso, en un borrón y cuenta nueva, personalizado en el último ministro-secretario general del Movimiento franquista convertido en primer presidente del gobierno de la Monarquía parlamentaria.
Lo cierto es que Franco nunca dijo dónde quería ser enterrado, y ahora entendemos por qué: no pensaba morirse nunca, y gracias a estos lo ha conseguido. Lo que quede de su cuerpo está donde está porque su sucesor a título de Rey, «habiéndose Dios servido llevarse para SI a Su Excelencia el Jefe del Estado y Generalísimo de los Ejércitos de España», se lo pidió por carta al abad de la basílica.
Si yo fuese uno de esos nostálgicos del franquismo estaría encantado con el regreso del caudillo a El Pardo porque así lo tendría más a mano para seguir informándole a través de la lápida de los esfuerzos de esta izquierda de todo a cien por mantenerlo vivito y coleando para justificar el argumento de su exclusiva legitimidad democrática frente a la derecha facha heredera del dictador. Una propaganda todo lo burda y mendaz que se quiera pero que muy rentable en las urnas. Se comprende que sean los más interesados en que, medio siglo después de su consunción, un esqueleto mermado y carcomido por la osteopenia siga siendo «Franco», un muerto viviente necesario porque si se les muere del todo a ver con qué cenizas arman cisco.
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