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Me dicen que han inhumado de nuevo a don Francisco; me he enterado más bien por la prensa escrita. Me parece muy bien; entierran a tanta gente que el hecho de que se despida a una persona más me llama muy poco la atención, ... a no ser que sea alguien del entorno en que vivo habitualmente. Hace unos tres meses más o menos escribía un servidor en estas páginas que aquel 1975 comenté con unos amigos que la decisión del señor Arias Navarro y una camarilla de señores mandamases políticos de aquel régimen acerca de depositar a don Francisco en Cuelgamuros traería cola durante muchos años, y así ha ocurrido. No hacía falta ser un Nostradamus.
Uno, en su mucha y linda inocencia, pensaba entonces que, tratándose de un gobernante acendradamente cristiano y por eso mismo francamente merecedor de presidir procesiones bajo palio, descansaría para toda la eternidad en su correspondiente panteón familiar, puesto que inequívocamente siempre consideró a la familia como el núcleo terrenal más importante siguiendo la doctrina social de la Iglesia (otra cosa es que el tiro le saliera por la culata con varios matrimonios de sus adinerados descendientes).
Les aseguro a ustedes que mi creencia en aquella época concordaba plenamente con la que manifestaba la esposa de don Francisco, doña Carmen Polo, partidaria -reitero- de la tumba de Mingorrubio sufragada por el Ayuntamiento de Madrid, es decir, por los españoles. A la citada señora no le hicieron ni repajolero caso, y a mí, ¿para qué les voy a decir el caso que me hicieron a mí aquellos caballeros, encabezados por el sumamente emocionado señor Arias Navarro? Y eso que yo atesoraba un mérito que no reunían muchos de los españoles porque -para que lo sepan- mi padrino Antonio, requeté de Viana, perteneció a la Guardia de don Francisco y, además, ejercía como tal, ya que me daba la paga siempre que volvía del Pardo, y lo bien que me venía.
Bien, pues ahora a procurar descansar más tranquilo, don Francisco. Es lo que yo le deseo de corazón, que ya basta de tantas habladurías e incluso aprovechamientos de la trayectoria de su persona por tantos partidos en fechas estratégicas. Diré más; aunque acaso usted no se percate demasiado, se halla junto a su esposa y rodeado de una mayoría de amistades (¿?) de su misma ideología (a pesar de que dudo que en vida le adivinaran muchas veces el pensamiento; al fin y al cabo algo semejante le ocurrió a don Adolfo el alemán, me parece que en Hendaya). De todas las maneras, actualmente se da la circunstancia de que no tendrá cercanos a cientos de republicanos como le sucedía en el Valle de los llamados Caídos. Algo es algo.
Adiós, don Francisco. Aquí nos quedamos los demás en esta España un poco revueltilla últimamente. Y permítame que le diga mi verdad, que por lo menos es auténtica. La tarde en que me enteré de su traslado escuché en la radio la noticia de que le concedían el Goya de Honor a Marisol, aquella actriz tan majilla de su época, de la que usted seguro que vio alguna película junto con alguno de sus nietos, y sonrió. Y me alegré porque Pepa es uno de los mejores ejemplos de la evolución de aquel país en el que usted mandó a este de hoy, para mí tan hermoso a pesar de todo y de unos cuantos.
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