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El otro tiempo de Teo
El poder de las imágenes en Teo viene dado por su penetrante y escrutadora mirada, capaz de transformar nuestra percepción de las cosas y los lugares
Francisco Javier Garrido Romanos
Pintor
Domingo, 9 de febrero 2025, 21:40
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Francisco Javier Garrido Romanos
Pintor
Domingo, 9 de febrero 2025, 21:40
La sustancia del tiempo que habita en las imágenes de la fotografía y de la pintura remite a naturalezas manifiestamente opuestas. Mientras que la fotografía congela súbitamente el tiempo en un instante preciso, la pintura lo dilata continuamente hacia un navegar indefinido. No obstante, cuando ... ambas imágenes trascienden los límites de ese otro tiempo, que es el de la época en que fueron hechas, se proyectan hacia aquello que vagamente intuimos como los márgenes de la eternidad.
Eso es lo que sucede en muchas de las imágenes que Teo crea a través de la fotografía. Atrás queda la pátina de la crónica social, como recuerdo de un tiempo pretérito, para llegar hasta nosotros con el asombro, la admiración y la novedad del que ve algo por primera vez. La contemplación de sus fotografías se traduce en una especie de presente continuo del que participamos prolongada e indefinidamente. Como hacemos al observar una pintura, que reivindica la presencia continua del tiempo.
La gran pintura dilata en el interior de sus diversos espacios visuales un tiempo que permanece ajeno al de las horas que marca un reloj. Así, el lirismo crepuscular de la España Negra de Regoyos se precipita sobre las figuras de aquellos ancianos, con el último sol que Teo trae del 'Invierno de Aldeanueva de Ebro' en 1971. O ese otro crepúsculo sin sol, dramático y sombrío que participa de la misma España Negra en los cuadros de Gutiérrez Solana, se instala como una penumbra espectral en el casco antiguo de Logroño. A principios de los setenta Teo reconstruye el espectáculo desgarbado de esas escenas de la Ruavieja, la calle de San Francisco y el puente de Hierro donde gitanos, chalanes y otras figuras solanescas deambulan errantes y ateridas por el frío.
A veces el anonimato de esos personajes cobra identidad como en la visita que Fraga Iribarne hace a La Rioja siendo ministro de Información y Turismo. El retrato colectivo de aquellos políticos, en aquel acontecimiento bajo el cielo aborrascado, oscuro y amenazante es un Zuloaga. La estética visual pertenece al territorio de lo zuloaguesco, pero también la manera de presentar a los personajes: la composición, aparentemente descentrada y fragmentaria, tiene un acusado ritmo de jerarquía escalonada que acentúa la monumentalidad de las figuras y actualiza el retrato de aquellos alcaldes, clérigos y próceres de un mundo atávico que empezaba a ser contaminado por la influencia mixtificadora de la vida moderna.
A través del conjunto de la obra fotográfica de Teo podemos reconstruir nuestra historia más reciente y, gracias a su privilegiado ojo, cuestionar la deriva que hemos tomado como sociedad. Afirma el cineasta Santiago Tabernero que la actitud de Teo es la del que ha visto cosas para contarlas y lo hace con el arte del narrador. Pero su honda, densa y dilatada mirada hace que sus fotografías, sin abandonar el lenguaje de lo puramente gráfico, participen de esa misma sustancia que habita en toda gran pintura.
Posiblemente 'Sentado al sol', captada en Autol hacia 1965, sea la fotografía que mejor lo resume. Vemos en ella la misma fascinación que un joven Joaquim Mir refleja en 'Sol y sombra', aquel óleo de suburbios y azafranes otoñales que se asomaban en el horizonte de la pintura postmodernista.
En la imagen riojana la paleta cromática se reduce a una gama de grises nada desdeñable. Pero el tema es el mismo, un anciano sentado al sol. Allí el payés, en primer plano, hace de la pintura una figura con paisaje; aquí el anciano es absorbido por el paisaje como un dibujo es absorbido por la pintura.
En esta imagen el ojo sutil de Teo crea una doble realidad visual, un verdadero trampantojo. El juego de sombras que los árboles proyectan sobre la roca crean nuevos árboles y con ellos un bosque entero nacido de su prodigiosa mirada. Entonces uno se pregunta si la oscura figura del anciano es sombra o realidad, apariencia o presencia. Quizás una oquedad más abierta en el farallón rocoso.
El poder de las imágenes en Teo viene dado por su penetrante y escrutadora mirada, capaz de transformar nuestra percepción de las cosas y los lugares, de las personas y sus acontecimientos. En definitiva sobre nuestra visión del mundo. Para ello hay que saber ver lo que estás mirando como decía el propio autor. No sé qué pudo ver Teo en cada una de sus fotografías, pero tengo la certeza de que poseen esa especie de estética no pretendida, de belleza involuntaria que para sí quisiéramos muchos pintores.
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