Fue en mayo de 2020 cuando Ana Belén López Montaña, oriunda de Leza de Río Leza, gran conocedora y apasionada de su tierra, me alertó ... de la existencia de un cuadro que Zuloaga había pintado en su localidad. A partir de ahí me puse en contacto con el Museo de Bellas Artes de Bilbao, que es su propietario, para hacerles saber del error en el que incurrían al catalogar ese paisaje como navarro.
La referencia de la pinacoteca bilbaína era el libro de Enrique Lafuente Ferrari 'Los paisajes de Ignacio Zuloaga', pero la realidad es bien distinta.
Afortunadamente y, en honor a la verdad, la vista de Leza de Río Leza, un óleo sobre cartón, de 75x98 cm., pintado por Zuloaga alrededor de 1935, ingresó en la pinacoteca bilbaína en 1966 a través de una donación de Javier Horn Prado. Aparece catalogado con el número de inventario 82/54 y lleva por título 'Paisaje de La Rioja'. Hasta el próximo 4 de febrero se expone en el museo Kunsthalle de Munich, dentro de la exposición «El Mito de España. Ignacio Zuloaga».
Esta muestra es la primera retrospectiva en Alemania dedicada al pintor eibarrés. En primavera viajará a Hamburgo para ser exhibida en el Bucerius Kunst Forum, entidad cooperadora de la exposición.
Estructurada en nueve espacios o capítulos, la retrospectiva se compone de 80 pinturas. La de inspiración riojana, integrada en la visión del paisaje español, es una panorámica aérea del último tramo del Camero Viejo, con la localidad de Leza como motivo central del cuadro. Pero el asunto que trata es ese sentimiento de nación, tan vinculado al paisaje en el pensamiento y en la estética del 98.
El campo castellano es, en palabras de Unamuno, una prolongación y una proyección del alma del pueblo que le habita. Y así aparece Leza en la pintura de Zuloaga, como una vasta extensión de tierra yerma, erosionada por el río que lo abraza, en un pronunciado arco desde el puente del Molino, junto a la ermita románica de San Martín, bajo las cuevas de Gaona.
Despunta entre el conjunto de casas solariegas la torre cuadrangular de la iglesia de Santa María la Blanca, mientras al fondo discurre el río en ese sinuoso trazado de esbeltos chopos, erguidos en su propia soledad.
Es tan fiel la descripción de Zuloaga sobre el terreno, que reconocemos el camino de las ermitas del Cristo y de la Virgen del Plano en la margen derecha del río. Incluso identificamos dos estribaciones montañosas: en un primer plano a la izquierda, el macizo de monte Laturce; y en la distancia, coronando el horizonte, la cima de Montejurra.
Bajo un dramático cielo aborrascado, genuinamente zuloaguesco, emerge este verdadero paisaje riojano, elevado a condición de nación en la reflexiva sensibilidad noventayochista.
Nada expresa mejor que esta pintura y las palabras de Unamuno «esa aspiración del español, similar al deseo inefable del páramo castellano, que a la puesta de sol parece subirse al cielo para enterrarlo en su seno».
Cuenta el célebre historiador del arte español Enrique Lafuente Ferrari que a partir de la segunda década del siglo XX, Zuloaga dedicó especial interés a los paisajes de Aragón y Navarra. Las áridas tierras de lugares tan próximos a La Rioja como Calatayud, Tarazona y Tudela sustituyeron paulatinamente a sus paisajes segovianos.
El singular pliegue geológico que crea el territorio del valle medio del Ebro le ofreció también al pintor de Eibar la posibilidad de proyectar la visión estética del pesimismo finisecular de España, tan afín a la literatura de la Generación del 98. Así, al modo de aquella pintura decimonónica, de sustanciosa carga literaria, que tiene su origen en las experiencias viajeras de escritores románticos franceses como Víctor Hugo y Théophile Gautier entre otros, Zuloaga llegó a La Rioja.
Lo hizo por vez primera en 1903, cuando al entrar en Haro con su propio automóvil, la chavalería que correteaba por las calles casi lo descalabra a pedradas, al considerar su vehículo de motor un artilugio diabólico.
Un año después pintó en la misma ciudad el cuadro 'Casas viejas de Haro', actualmente en paradero desconocido. Y en 1905 volvió a pasar por Haro, junto a Darío de Regoyos (que pinta su célebre 'Puente de Haro'), dirección a Briviesca para observar un eclipse de sol.
También pintó en Nájera. Lo hizo en 1916 al representar la actual Plaza de la Estrella, antigua Plaza de las Posadas, en su 'Paisaje de Nájera'.
Ahora Zuloaga ha llevado La Rioja hasta Munich. Bajo ese cielo riojano del Camero Viejo, el público alemán se interrogará, asombrado, como hizo Unamuno: «¿Acaso este cielo tenebroso no es tierra sutil, y su tierra no es cielo y ensueño de los hombres tan terrenos que la viven y la sueñan?».
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