La despedida definitiva de Benedicto XVI ha conmovido a la iglesia católica y a los ciudadanos del mundo que reconocen en la espiritualidad y en la religión facetas de la condición humana. El fallecimiento del Papa emérito adquiere un significado que tardará en descifrarse. Aunque ... el ceremonial que se desarrolle estos días, las palabras que el Papa Francisco dedique a su recuerdo –el mismo sábado se refirió a él manifestando que «solo Dios conoce el valor y la fuerza de su intercesión»– y las que los cardenales ofrezcan durante nueve jornadas de luto no servirán únicamente para medir el peso real que Joseph Ratzinger ha tenido en la orientación de la comunidad católica. También serán indicativos de cómo puede quedar su jerarquía en ausencia del hombre que decidió cuestionar abiertamente la infalibilidad vitalicia del Sumo Pontífice renunciando al cargo porque no se sentía con fuerzas –oficialmente de salud para poner orden en la Iglesia en medio de muy serios escándalos de abusos sexuales y filtraciones, y ante los renuentes contrapesos de la Curia romana. Se retiró discretamente hará pronto diez años. En parte porque así era su personalidad, reacia en su momento a asumir el papado; en parte porque así lo aconsejaban las presumibles causas de su dimisión. Desde entonces permaneció cerca del Papa Francisco, incluso físicamente, testimoniando lealtad y obediencia. Cerca de un Papa que muy probablemente notará su falta más que ninguna otra persona en la Iglesia católica.

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Ratzinger contribuyó a vincular su futuro a bases doctrinales que no pudieran ser revisadas ni por los avances científicos ni por motivos de oportunidad, o comprometiéndola en empeños que debieran considerarse ajenos a su misión. Lo que cerró las puertas a la interpretación libre de la tarea pastoral, asegurando a cambio que la Iglesia no se dispersara en su diversidad. En su testamento espiritual de 2006, ahora revelado, dejó escrito: «He visto y veo cómo de la confusión de hipótesis ha surgido y vuelve a surgir lo razonable de la fe». Con su muerte, su renuncia previa al papado emerge como un precedente que no necesariamente ha de condicionar a Francisco y a próximos papas, pero que incrementará el escrutinio sobre el estado de salud y de ánimo de cada pontífice y de cada responsable eclesiástico. Aunque la partida de Benedicto XVI urgirá a la Iglesia, sobre todo, a superar las sombras que la lastran. Una tarea para la que Francisco se ha quedado sin Benedicto XVI.

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