La primera vuelta de las elecciones presidenciales en Francia confirmó el domingo la tendencia que mostraron hace cinco años, pero agudizándola: el declive sin remisión de las formaciones que han dibujado los últimos cincuenta años de política en el país, tanto en la derecha como ... en la izquierda, a favor del liderazgo de Emmanuel Macron y de Marine Le Pen, que ambos pretenden proyectar como de amplio espectro. Una liza en la que Francia y Europa entera se juegan su futuro en la segunda vuelta del día 24. Ni la ventaja obtenida por el primero –27,85% frente a 23,15%– ni la recolocación de las candidaturas eliminadas a uno u otro lado de cara al pulso final despejan la incógnita de quién será el vencedor. Podría bastar con que la izquierda 'insumisa' de Jean-Luc Mélenchon –que el domingo obtuvo nada menos que un 21,95% de apoyo– se conformase con «no votar a Le Pen», como ha propuesto su cabeza de cartel, y rehusara también hacerlo al liberal Macron para que la extrema derecha tuviera serias posibilidades de acceder al Elíseo.
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Cabe pensar, no obstante, que Macron lleva ventaja ante la redistribución del voto, como ocurrió en 2017. Siempre que, tras expresar su libérrimo parecer en las elecciones del domingo, los protagonistas de la primera vuelta –empezando por el actual presidente y presidente de turno de la UE– sean capaces de transmitir a los franceses que el 24 de abril no se dilucida un asunto doméstico o coyuntural. Que esta vez se juegan mucho más que un mandato de cinco años al frente de la República. Que el eventual triunfo de una presidenta dispuesta a revisar a fondo las relaciones de Francia con la UE y que tuvo que deshacerse en el último momento de la fotografía en la que aparecía estrechando la mano a Vladímir Putin como baza de campaña supondría el triunfo del populismo iliberal y el disfrute de los autócratas.
Marine Le Pen ha logrado un más que notable éxito al volver a pasar a la segunda vuelta. Tanto que si no gana el 24 de abril le quedará la posibilidad de desquitarse en las elecciones legislativas de junio, a la búsqueda de una República bicéfala, con Macron de presidente frente a una Asamblea de signo contrario. Un cuadro que podría resultar muy atractivo para la Francia del descontento, pero que daría lugar a años de inestabilidad que afectarían directamente a la Unión cuando más necesita Europa sentirse y mostrarse confiada y fuerte.
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