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Frágiles

CHUCHERÍAS Y QUINCALLA ·

Teri Sáenz

Logroño

Domingo, 19 de diciembre 2021, 01:00

Y de repente, la salud mental. Ha tenido que producirse el enésimo y lacerante rifirrafe político, estallar una pandemia que ha trastornado a la sociedad entera, constatar la escalada de suicidios y asistir prácticamente en prime time a uno de ellos para que de ... pronto esa patología que duele por dentro como ninguna pase ocupar un puesto prioritario en la agenda pública. Un eufemismo como otro cualquiera para significar que se hable de la cuestión durante una temporada y el Gobierno de turno prometa una sustancial inversión que pretende solucionar lo que hace medio minuto se obviaba. La mala noticia es que ni los cien millones anunciados ni otros tantos serán suficientes. En un contexto en que el COVID absorbe todos los recursos sanitarios y la Atención Primaria sigue a la espera de los medios humanos y económicos que merece, elevar la plantilla de psicólogos y psiquiatras y que concertar con rapidez y continuidad una cita con ellos no sea una quimera, se antoja poco realista. Lo positivo es que, al menos, ya se ha quebrado (¿definitivamente?) el tabú de una enfermedad maldita. La palabra loco ha dejado de ser un insulto gratuito y el relato de quien padece algunas de las infinitas variantes del trastorno mental se asume con el debido respeto. Las nubes negras, el miedo infinito, las ganas constantes de llorar, el temor a salir de la habitación, la necesidad de que la luz siempre esté apagada... La ciclotimia y el vacío interior. Comprender sin pedir explicaciones ni cuestionar el porqué puede ser más terapéutico que cualquier partida ministerial.

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