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Supongo que a varios de ustedes, lectores, les ocurrirá más o menos lo mismo que a mí cuando en cada jornada hojeo Diario LA RIOJA: una de las primeras secciones que visito es La retina de la memoria, esa en la que se nos ... brinda una fotografía que nos aletea suavemente el corazón casi siempre. Esta sensación nos llega a una mayoría desde conocidos tiempos pasados que nos ofrecen en su imagen una calle que fue y ya no es, un grupo de mozos y mozas que sonríe, unos bañistas que apresaron cangrejos autóctonos para la caldereta, una escuela completa con su señorita soltera tan amorosamente acompañada; dos hermanillos –ella niñera de él– abrazados a su perrito, que saca la lengua a aquel veraneante fotógrafo que lo captó.
Al observar las escenas, pienso que la vida no ha mudado tanto en cuanto a los seres humanos. La forma de vestir, sí, y que el personal actual está –estamos– más gordo, también. Incluso les admito otra diferencia, eso de que la vida va más rápida (pero, en contraprestación, vivimos más años). Con eso del no excesivo cambio me refería yo a que los mocetes de las instantáneas de antaño posaban en la escuela atentos al fotógrafo como los de los coles de hoy; las cuadrillas de jóvenes sonríen igualmente antes que ahora; los maduros de hoy miran a la cámara denotando semejantes preocupaciones con que se enfrentaban a la vida los de ayer; los mayores procuramos apurar con la mayor ciencia posible la que hayamos sabido heredar de aquellos abuelos que con tanta habilidad sabían calarse la filosófica boina. Pensar en ello me trasvasa cierta serenidad. ,
De ahí que un servidor, mientras escucha a Vivaldi, tan estupendo como Morricone y mi amigo Pepe Fernández Rojas, no se haya sentido demasiado impresionado por el aluvión de noticias llegadas desde Oxford a causa de ese ensayo titubeante –todavía– de su vacuna. Tranquilos, amigos, todo se andará, que las soluciones no se consiguen en dos días. ¿No habéis asistido alguna vez a uno de esos certámenes de perros de pastor, en los cuales rebañeros y canes han de coincidir para entenderse hasta lograr introducir sus ovejas en el menor tiempo posible en una corraliza vegetal?
Pues paciencia. Por si les sirve de algo, les diré que mi Maite va a pedir una vacuna con sabor a chocolate; la enamora; por mi parte, elegiré otra que sepa a melocotón de viña; este gusto me chifla desde mocete. Todavía guardo una retrato que me regaló un fotógrafo veraneante mientras –con nueve años– degustaba una de esas maravillas frutales.
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