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Pero, tú, ¿qué miras? – Y tú, ¿qué ves? Tocan Maitines. Ella me mira. Está enfrente. Yo la veo. Estoy enfrente.
– Ya vale, que no soy la Mafaldita de Castilla.
– Toma, ni yo la Mafaldota de Portugal.
Quizá se parece. Quizá me parezco. En ... esos libros de familia que son los panteones –cajas oscuras–, con rostros –fotos fijas 3D– adosados a sus contornos, no consta apariencia alguna de la infantita que reposa en Burgos. Cualquier parecido es temeridad.
– Oye, ancianita, que abusas de mí y de los huesillos de mi vecina para contar tu vida.
– Por supuesto, nena. Que antes fue mi vecina y me escucha a gusto.
Me mira desde un Libro de Familia vivo, hecho por querencia y norma de posguerra, que la norma de hoy ha convertido en arqueología. Padres e hijos resplandecientes, los labios a flor de recuerdo. La niña me mira y mira al objetivo con mohín agresivo. Lo traspasa. Un lacito blanco recoge su tirabuzón vertical, antena hiperbólica. El brillo del ojo es punta de endoscopio que escudriña el vientre de la Canon, conmociona arandelas y cortinillas, altera la iluminación, confunde al foco, abre el diafragma a un gran ángulo de desastres, vela despedidas, quema rupturas, marea exposiciones, invierte el visor en doble dirección y, tras décadas de años sombra, sale por la mirilla de un puñetazo. El deslumbramiento revela el contenido de su mirada,
– Tú lo sabías, tú lo viste. Debiste avisarme.
– Ya. Y te quedas aquí y me desalojas.
Tiernamente alojadas y alojados en el Libro, un proyecto confortador. En posición marcial, firmes, fijos antes del click del obturador, el robusto y bellísimo padre, la dulce y bellísima madre, los alborotadores y bellísimos hermanos. Y ella. El brazo masculino sujeta su cintura, barrera infranqueable. No pasarán. La niña pasa, se sale, empuja a pestañazos la cámara, la perfora, espía más lejos y me encara.
– Das pena, carcamala. Que por mucho que mires no hay regreso, lo de las segundas oportunidades es cuento. Tu apuesta ya está perdida. Se te va el bolo, vete al médico, tómate algo, un jarabe, un porrito, las de Villadiego...
Qué espanto tan divertido desbordan sus pupilas..
– ¿Y si salías ganando?
– ¿Y si se lo digo a papá?
– ¡Acusica!
– ¡Bruja!
La brujería de la memoria enhebra fotos, deshilachadas, cuarteadas, encaja y armoniza el conjunto. En la memoria el beso de un halcón, un obús sobre Las Claustrillas, el ciprés que da peras, la resurrección de Lázaro, todo es verdad.
Tocan Completas. Toca mueca insolente.
– Pero, apolillada vejestoria, ¿qué miras?
Cierro el Libro.
– Miro lo que tú ves. Me miro.
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