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Si yo fuera Felipe VI empezaría a acostumbrarme a pasear por las calles de mi ciudad (en el mejor de los casos) en compañía de mi hija mayor en el más estricto anonimato. Sin nadie, salvo algún turista guiri con memoria sin prejuicios, que cayera -«¡ ... Coño!»- en que alguien se cruza en un paso de peatones con aquella niña que un día fue princesa, que va junto a su padre cabizbajo, serio, severo... Quizás realizando las compras de Reyes. Qué cabrona es la vida.
Esa foto del aún jefe del Estado que se ha hecho viral es todo un presagio. Qué pesadumbre, qué tristeza, qué soledad, qué barbecho, qué toneladas de incertidumbre cargan los hombros de ese hombre. Por su futuro y por el de un país al que le destinaron a servir... en balde. Cuánto mejor ser analista en una agencia de calificación, veranear en Mallorca y esquiar en Baqueira.
¡Qué fotaza! Resume en una milésima de segundo las decenas de horas de la investidura urgente de Sánchez con la que se inaugura, sin necesidad de declaración formal, la España republicana.
Este martes nace de verdad la democracia en España. Pánfilos. Hoy definitivamente nos ilustrarán sobre por qué hay que rescatarnos de esa «anomalía democrática de 1978». Ingenuos. Nada de lo pactado hace cuarenta años tras la dictadura vale. Infantiles. Patéticos. Que sois unos primaveras. Este martes nos abrimos (abren) a una nueva forma de comprender el Estado y todos los poderes que emanan de él. Y será así, reconociendo su legitimidad, porque han venido a darnos la libertad, la igualdad y la fraternidad por las que (nos afean) no peleamos durante cuatro décadas.
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