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Iba yo monte arriba a comprar el pan. A Monte Real, desde Munilla. O a Monte Hermoso desde Santurde. Con la edad, todos los montes de todas las circunscripciones son regiamente bellos y de puros aires. El barullo de árboles, arbustos, hierbajos y estorbos varios ... me confunde y tropiezo. Cae el pan, lo recojo y rebañado con las finas hierbas que se han añadido a la masa madre lo reparto entre pájaros, hormigas, ciempiés, presentidos osos y presentes abejas cabreadas. He caído sobre una colmena camuflada tras un murete de lo que fue una aldea. De las celdas aplastadas surge un viscoso racimo de papeles. Es un manuscrito. Recojo el presente y pongo veloz distancia con las punzantes convivientes.
Conocía el lugar. Fue asentamiento de tribus hippies con más hambre que dios talento. Fieles a su religión de sexo, drogas y rocanrol, nuestra visita periodística fue recibida con más roca que armonías. Habíamos interrumpido sus ritos, la intimidad de sus conexiones. Sólo una mocetilla de apariencia minimalista y ostentoso sosiego, que acunaba una agenda en su falda como a un bebé, soslayó el asedio. El gurú del concilio, de hercúlea estructura, la exhortó con paz y amor: ¡pero tú ande estás! El aviso pilló desprevenidas a las cabras del corralillo, que zumbaron monte arriba, descornando vallas, empalizadas, barrancos, torrenteras, zarzales y demás adobos. Aún conservo el acúfeno en mi oído derecho.
El manuscrito explica más de lo que yo sé entender. De la repetición del verbo dormir y del color de la agenda deduzco que Landestás es la autora. Buscaba trascendencia, rutas hacia un ente ignoto, un ser orgánico desorganizado, sin reglamentos ni leyes ni composición química determinada. Sin matraces ni alquimias, aspiraba a un tercer estado entre la vida y la muerte, no necesariamente humano. Lo veía, estaba allí. Sacaba jugo a los claros del bosque por los que levitaba. «El sentido orgánico de la vida no tiene sentido. La vida es un plato sin condimentar, una dieta cruda». En un manoseado prospecto de un tranxilium hay otro salto orgánico: «Yo no soy Michelle Pfeiffer. Yo soy Michelle Pfeiffer. Habito la hermosura, duermo sin soñar, respiro belleza sin humo, sin estampas, inconquistable». Con una caligrafía convulsa y un papel trepanado por el tiempo y la zoología es difícil certificar que eso sea lo que dice.
Al final de los ochenta cayó el muro de Berlín, flameó el liberalismo y contribuciones y alquileres emponzoñaron la atmósfera. El grupo se deshizo, se rehizo, se mudó a otra aldea más abandonada, se perdió en el horizonte. Apena pensar que Landestás se desenfundó de su propio organismo y se evaporó. ¿Y si encontró la vía, si la encontraron y se transustanciaron en hayas? ¿O en los anturios del salón? ¿Y si toda la comuna me está ayudando a pasar la tarde? Fósiles seremos.
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