El pequeño pueblo se llenó de repente. Junto con los veraneantes llegó un nutrido grupo de seres virtuales que aparecían en los lugares más insospechados. Incluso, en las guaridas de la escasa población juvenil autóctona, cotos inaccesibles para los no iniciados. También allí se escondían ... los Pokemon.
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Paralelamente, un estruendo de armas asordó incluso a la fauna local. Bots, avatares y skins comenzaron a formar parte de la vida local. Irrumpió Fornite y aplacó la quietud del lugar.
De igual forma, una música repetitiva inundó la atmósfera y enturbió el ambiente con letras corrosivas. Tik Tok atronaba en cada rincón.
La sobredosis de tecnología pronto dejó pasó al descubrimiento de... de nada nuevo. De la calle, de la plaza del pueblo, la naturaleza, los animales. La vida rural adaptada, eso sí, al tiempo de pandemia.
El renacer veraniego de los juegos de toda la vida al aire libre. El escondite, 'Polis y cacos', 'Bote, bote', 'Atrapa la bandera'. 'Balón quemado', frontenis... El entretenimiento infantil y juvenil en los pueblos, adoptando las medidas sanitarias, ha mostrado su capacidad de sobrevivir, incluso de competir contra los 'smartphones'.
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Porque en un breve espacio de tiempo, los Pokemon se replegaron. Las armas de Fornite se inhabilitaron. Tik Tok se apagó. Y acabó otra competición de juegos a miles de kilómetros de Tokio. Tecnológicos contra tradicionales.
Y lo hizo con goleada: Fornite 0, Escondite 10.
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