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Este año no te he visto. Lo que es peor, no sé si estuviste, estás o ya caíste en tu particular y veloz batalla. No sabré nada de ti ni de tus obras hasta que, a finales de mayo o tal vez en junio, el ... milagro aparezca en forma de frutos bermejos y carnosos. Y quizás pueda ir a recogerte, a olerte, a rozar mi mano contra tu corteza ya abierta por los años.
También confío en que la lluvia haya mantenido las cebollas, las lechugas, los guisantes, las habas... Pero no puedo comprobar si la hierba ha asaltado los renques, si los limacos han hecho presa en vosotros o si el grano, harto de engordar, ha acabado por tumbaros. La lucha es vuestra, salvaje, sin ayuda ni guías, mientras aquí seguimos peleando la nuestra, la de la vida. Pero no nos dejan ir a comprobar cómo estáis, a sembrar el verano de frutos, a acercarnos a la tierra con el vínculo del sudor y la caricia de la morisca. No nos dejan vivir en la soledad de la huerta. En una región tan unida al campo, mantener la orden no sólo es cruel, sino injusto. Ojalá en verano os acordéis de esos carnosos tomates que os regalaban vuestros tíos o vecinos. Ojalá la alubia o los pimientos lleguen a vuestras mesas tan orgullosos de su origen que no necesitan envolverse en banderas. Ojalá, sí. Y a pesar de vosotros.
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