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El Reino Unido se aleja de la Unión Europea, pero nos deja como legado la flema, una de sus cualidades más tópicas y típicas de los británicos. Sus políticos la han perdido en el 'brexit' y en su reto por llevarlo a la práctica. Desde ... que algunos ciudadanos, de perfil iluminado, se empeñaron en que la gente votase exiguamente por el abandono del 'Club de los 28', en Londres se han sucedido tres jefes de Gobierno y ninguno ha conseguido abordar la salida con la impasibilidad que las negociaciones internas y externas recomendaban.
Peor las internas, incluso, porque los cambios de opinión, las marchas adelante y atrás, y las rectificaciones no han cesado. La imagen de su vieja democracia parlamentaria, tantas veces puesta y asumida como ejemplo por los demás, se ha convertido en un baile de máscaras. Brilló todo, desde el zancadilleo y la trapisonda, menos la flema. Quien por el contrario la asumió fue Bruselas, donde se concentran las instituciones que rigen la otra parte del litigio, la Unión Europea.
Sorprende la paciencia que la UE ha tenido con los gobernantes ingleses. Desde que el Reino Unido fue admitido, previa aceptación de sus picajosas condiciones, hay que decir que no ha parado de incordiar. Durante los años que se ha mantenido en la Organización ha sido una pesadilla permanente que obstaculizó y frustró muchos proyectos y fue, sin duda, el freno para muchas de las ideas y ambiciones con que la Unión echó a andar. Era un socio económicamente interesante, pero difícil de tratar, de escasa fidelidad, refractario a compartir planes ambiciosos y poco solidario.
Y si sorprendió durante estas décadas que en Bruselas se fuesen capeando continuamente las exigencias y desaires de Londres, aún sorprende más ahora transigiendo con los condiciones y retrasos que continuamente exige para algo que debería ser tan sencillo como abandonar un lugar en el que no quiere estar. «Bye, bye» quizás haya sido lo que, hartos de este calvario de tiras y aflojas, estarán deseando decirles a los británicos. Es gracias a la flema que han heredado en estos años el Consejo, el Europarlamento y la Comisión, que están evitando una despedida brusca y, a estas alturas, hasta ya deseable por casi todos.
Ahora el premier Boris Jonhson, el mayor responsable del abandono, el mayor enemigo que la UE ha tenido dentro y fuera, accedió con sus triquiñuelas a que el abandono, que prometía ser brusco como él mismo, se retrase otros tres meses. Para conseguirlo o para encubrir la nueva demora, que antes rechazaba, convocará elecciones si le dejan: para celebrarlas el 12 de diciembre necesita que las tres cuartas partes de la Cámara de los Comunes lo respalde: 434 diputados. Mientras los cuentan, Bruselas seguirá tragando flema, moviendo la cabeza con conmiseración, y murmurando en voz baja... ¡Estos ingleses!
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