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Logroño ha finiquitado su generoso premio de novela (también desconocido como premio Logroño de Narrativa). Es el filicidio inevitable de un galardón provinciano, caro e ... indiscutiblemente fallido. Al menos en su pretencioso afán de poner el nombre de la ciudad en el ático de la literatura y sentarlo a la mesa con otros con más méritos que una sustanciosa bolsa, un puñado de celebridades de las letras en el ¿jurado? y una nómina de ganadores con mejores intenciones que solvencia creativa en el empeño que les brindó este cheque. A la editorial, confío, le habrá salido a cuenta. Menos generoso, y capaz, que mi colega Jonás Sainz, sólo recuerdo haber podido con uno. Con los otros que lo intenté, salí de najas. Además de a Cavafis, Ramón Irigoyen me enseñó que a los libros hay que darles dos oportunidades. Y si no las superan, desertar. Con excepciones. Dice Santiago Posteguillo que si la emperatriz Julia Domna mandase hoy en la OMS, el bicho no habría salido de Wuham. Todo sea por vender. Pues lo dicho, deserto.

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larioja Filicidio inevitable