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La decisión del Ayuntamiento de Logroño de suspender la celebración de San Mateo supone el previsible colofón a un verano extraño, sin los cientos de fiestas populares que suelen marcar el calendario estival riojano desde junio hasta la entrada del otoño. No resulta una decisión ... fácil de tomar porque las fiestas no solo son un momento de alegría y esparcimiento general, sino también un motor económico para muchos sectores –desde la hostelería a los espectáculos– ya muy golpeados por la incidencia del coronavirus y por el confinamiento decretado en primavera. No obstante su innegable y desastroso impacto económico, desde el punto de vista de la Salud Pública pocas objeciones se pueden plantear a la supresión de los 'sanmateos': los rebrotes que están surgiendo por toda España indican que la amenaza del virus está lejos de ser despejada y abonan la preocupación de las autoridades sanitarias ante una nueva e impetuosa oleada vírica en otoño. Celebrar una fiesta tan multitudinaria en los días finales de septiembre resultaría de una temeridad casi suicida. Por eso cabe apelar también a la responsabilidad de los ciudadanos –también de los más jóvenes– para que no se dispongan a celebrar la fiesta por su cuenta.
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