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El desfile de las Fuerzas Armadas ante las autoridades del país y la recepción posterior de los Reyes en el Palacio Real escenificaron este miércoles no solo la celebración anual del 12 de octubre, sino la recuperación de la normalidad que el encaje de la ... pandemia en parámetros soportables está permitiendo, también, en los eventos institucionales. La Fiesta Nacional marca un rito en el calendario colectivo ante el que los ciudadanos reaccionan con sentimientos que van del fervor identitario al desapego o la desafección, pasando por el mero disfrute de una jornada de asueto. Pero la disparidad de esas formas de percibir y relacionarse con la España constitucional que se organiza, además, como un Estado compuesto con sus 17 autonomías, no exonera de la relevancia de guardar el respeto a las instituciones comunes; ni resta trascendencia a que el 12-O actúe como una cita para el encuentro, aunque persistan las diferencias y algunas sean de calado. Por ello, conviene que aquellos que, en su oposición a cómo gobierna Pedro Sánchez, puedan jactarse de los abucheos recibidos este miércolesnuevamente por el presidente no se excedan en interpretarlos como una victoria de sus planteamientos; en todo caso, son síntoma de un malestar social que se vio alimentado por el desafortunado equívoco que provocó el retraso protocolario del jefe del Ejecutivo al recibir a los Reyes. Pero de la misma forma, quienes se sientan en el Consejo de Ministros discrepando de la monarquía no deberían traslucir de forma tan evidente su disgusto ante los actos de ayer; como el plante recurrente del lehendakari y del president de Cataluña no debería llevarles a olvidar que hay vascos y catalanes que se sienten representados en esta fiesta. El reencuentro institucional tras la crudeza pandémica, y en un contexto en el que la guerra en Ucrania confiere un sentido más grave a los desfiles militares, quedó empañado por la crisis sin precedentes abierta en el Poder Judicial y por las palabras en los corrillos con las que Sánchez y Alberto Núñez Feijóo enfriaron las expectativas sobre un desbloqueo inmediato del CGPJ. La «última oportunidad» que se han dado el Gobierno y el PP para pactar la renovación del Consejo les urge a hacerla fructificar, sin que quepa ya reproducir apelaciones recíprocas que acaban resultando baldías. Las cuitas de un país preocupado por la continuidad de la guerra y agobiado por la escalada inflacionista no permiten que sus líderes sigan enrocados en un conflicto que es resoluble.
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