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El mundo está lleno de buenos propósitos. Pero, por desgracia, eso no quiere decir que terminen siendo útiles, sino que a veces esa bondad inicial termina pervirtiéndose para acabar siendo lo contrario de lo que se pretendía paliar. Espero que eso no suceda con la ... reciente implantación del registro de la jornada laboral. La obligatoriedad de fichar por cada turno que entró en vigor este domingo goza de un buenismo innegable. A priori. No creo que ni un solo trabajador esté en contra de que se le reconozcan (y remuneren) las horas que exceden a su respectiva jornada laboral.
Pero esta idea tiene, como todo, un doble filo que puede tornarla en perversa con tan solo retorcer un poco su aplicación práctica. Porque, ¿qué hay de las profesiones liberales? ¿O cómo se ajusta aquí el teletrabajo tan inherente a la cacareada conciliación? ¿O cómo se articulan trabajos que no reclaman un presentismo tan exigente? Y si hay que salir por motivos laborales, ¿cómo se contabilizan esas ausencias? O si se olvida el medio de acceso, ¿ese día no cuenta? ¿O cómo se podrán enterar los propios empleados de las horas que se les deben?
Siempre es positivo que luche por el escrupuloso respeto de los derechos de los trabajadores. Pero esa defensa debería ir acompañada de una serie de garantías que esta medida no contempla.
En cualquier caso, requeriría una reflexión pausada que se vea necesario echar mano a una (otra) regulación extra contra los abusos que se producen en el entorno laboral. Vengan estos de donde vengan: tanto da si enfocan a las empresas que buscan esclavizar a su personal o si sondean el absentismo injustificado. Cualquiera diría que hablamos de controlar a preescolares. En fin.
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