¿Una ley de Festivales?

Qué es lo que de verdad importa a los españoles? Larra, gran hablador intemporal, lo habría glosado clarito. Es un asunto como de su temario. O una pregunta formulada por Alfredo Amestoy. Entonces, ready: ya se ha visto y oído que hace falta una ... ley donde menos la esperas. Esta semana, sin ir más lejos, lo que España hubiera necesitado es una ley, incluso –dada su urgencia–, ¡un decreto ley!, por qué no, que reglamentara los Festivales de la Canción, ¿no?: el Benidorm Fest, por ejemplo. ¡Oh, my jummy! Y aunque el tema –no en vano, y más en este caso, a las canciones se les denomina 'temas'– se ha visto relegado por la tramitación de otras leyes que –hagan la comparativa sumando el número de páginas, titulares, primeras planas, editoriales, fotografías, entrevistas, tertulias, comparecencias, este Ojo (lo siento)...– parecen interesar menos, si nos atenemos a la porfía tuitera o instagramática y al rumor de la audiencia invisible, que leyes como la de la Vivienda o la Reforma Laboral; el tema, digo, ha liderado durante días el debate nacional y el foro odioso (hater) de las redes (la propia presentadora del evento habla de «guerra civil sintáctica»). Dun, dun. De tal manera que dichas leyes post 'Fest' han irrumpido como asuntos accesorios comparados con el tema mayor de la canción en cuestión. Na,na, na. Leyes –que tratan meramente de asuntos menores como la habitabilidad de nuestras vidas y de la dignidad de y en nuestros trabajos, ¡vas a comparar!, slo mo mo– cuya aprobación, además, se ha contemplado, en el hueco escaso que ha dejado el tema del Benidorm Fest, con susceptibilidad, con animadversión y con reservas; como si se tratara de un concurso secondary, visibilidad y pasión que la canción, el tema, la cosa, que habrá de enviarse al Festival de Eurovisión: otra mutación de Festival. Bum, bum. Y eso que a mí lo de sacar un pecho al puro estilo de Delacroix me mola. Me recuerda a algunos versos felices de Mecano. En este país donde se suele acusar a la política de ejercicio de partidismo, lo venimos, sin embargo, ejerciendo ¡y con furia! en todo lo demás, desde los toros al fútbol pasando por la representación festivalera. Pa, pa, pa. El otro día había más medios en la Comparecencia –sobre el tema, claro– de la directora de Comunicación y Participación de la Corporación RTVE que en la rueda de Prensa –programada en paralelo– del Consejo Interterritorial del Sistema Nacional de Salud acerca del futuro inmediato de las medidas COVID. De hecho, las cadenas saltaban de una rueda a otra, en perfecta equidistancia. De Chanel a la Incidencia Acumulada, de Rigoberta a los test de antígenos y de las Tanxugueiras a la mascarilla en espacios abiertos. Se ha producido, de facto, mo, mo, mo, una especie de efecto mimético o de cortacircuito. Pillé la otra noche una tertulia a medias en la que hablaban de acusaciones de tongo, de votos telemáticos dudosos y de limpieza del proceso de votación, de traiciones y de errores y pensé que seguían con el tema del Benidorm Fest, pero no. Al salir el término UPN –que no me sonaba concursará en Benidorm– descubrí que hablaban de la votación en la que se había aprobado la nueva Reforma Laboral. ¿Que fue por un error de un particular? Drive you loco. Por hacer 'un Casero'. Error sintáctico o desliz freudiano. 'Acto fallido': «el sujeto que realiza un acto fallido solo constata con sorpresa que está haciendo o diciendo algo contrario a lo que quería, pero ignora la razón» (wiki). Luego se veía al apodado como 'bloque de la investidura' abrazándose, se diría, como el equipo de Chanel. En fin, me vienen ahora a la cabeza unos versos que encierran una sabia lección, aplicable a la futilidad de lo 'Fest'. Proceden también de Benidorm, y los finalistas de esta o de cualquier otra edición debieran tenerlos muy en cuenta: «Pocos amigos que son de verdad/ cuanto te halagan si triunfando estás/ Y si fracasas bien comprenderás/ Los buenos quedan los demás se van/ La vida sigue igual». Pero este es –era– otro tema. De 1969. Ganó, por cierto. Lo, lo, lo.