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Esta noche muchos hogares riojanos vibrarán de alegría. Para otros será otra atribulada madrugada más, solo alterada por el bullicio de los vecinos, con sus carcajadas, cantos y petardos.
A mi alrededor convivo con mucha gente que ha perdido o que ya no siente el ... júbilo de esta noche de alegría y de reunión. Personas muy, muy cercanas, que prefieren amargarse -y amargar a los demás- como las limas.
Pero, a pesar de los aprietos económicos y de los altibajos de salud, esta noche me tonifica, aunque no resulte sencillo. Porque procuro afrontarla como una oportunidad para reflexionar sobre el año transcurrido desde el anterior -¿cuánto daño hice aun no pretendiéndolo?, ¿cuánta ayuda he dejado de dar aun deseando entregarla?- y poder volver a comenzar. Solo así es como esta noche me sentaré a la mesa con la serenidad y la seguridad que dan saberte que estás estupenda. No por el maquillaje, el vestido o los tacones. No. Reconocerte fantástica por ese peeling interior que exfolia impurezas. Así, una vez reconfortada conmigo mismo, consigo similar comunión con los demás. Emotiva, sí; hipócrita, no.
Y me dejaré llevar. Tomando un infalible atajo: ver a través de la mirada de los jóvenes. Lo hago con mis hijos y con los hijos de mis amigos. Expropio sus pensamientos y todo fluye... Ellos se encargan de que así sea. Yo, simplemente, pongo mi voluntad. Bueno... voluntad... y algo más. Porque mi cocina será esta noche un trasiego nervioso. Como lo fueron las cocinas de mi abuela y de mi madre. De las que aprendí que en esta vida de poco sirve mirar si no quieres ver.
¡Feliz año nuevo!
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