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Dicen que la Navidad es época de estrellitas y luces de colores, de palabras de mazapán y deseos de prosperidad, de burbujas doradas y de regalos envueltos en papel de buena voluntad. Yo creo, cada vez más, que es el tiempo de la hipocresía. Se ... toca el cielo e incluso el infierno de tanto aparentar que somos felices y que comemos perdices. Estos días me ha dado por sentir que la decepción me traspasa. Me dan ganas de tirar la toalla como columnista. Si educar la conciencia crítica escuchando todo tipo de argumentos o poniéndose uno en el lugar del otro no sirve para nada es que estamos de regreso a las cavernas. Si la Navidad es esperanza, confieso que la voy perdiendo.
Llevo tiempo escuchando y leyendo que en estos tiempos de redes sociales y de falsas noticias la gente solo presta atención a aquellos argumentos que coinciden con los suyos, lo demás no les interesa. He llegado a convencerme de que así es. Como nadie escucha al otro, ni a nadie le interesa la opinión ajena si no es igual a la propia, la conciencia crítica, que es la que enriquece a las personas, se adormece y agoniza como un pez fuera del agua ya que esa es la función del pensamiento. Si lo llevamos al terreno de la política, comprobaremos que el diálogo de sordos concluye en una jaula de grillos que termina por deteriorar el sistema menos nocivo para la mayoría social: la democracia. Pongamos ejemplos.
Todo el mundo en el Reino Unido sabe que Boris Johnson es un mentiroso compulsivo. Ya en los inicios de su carrera como periodista fue despedido de The Times por inventarse noticias. Exactamente igual que ha mentido sobre el 'brexit' y sobre la sanidad y sobre muchas otras cosas. Sin embargo, acaba de ser elegido, con un resultado abrumador, como primer ministro. Dice lo que quieren escuchar los ciudadanos sin pararse a pensar ni los pros ni los contras, ni si es verdad o mentira, perjudicial o beneficioso. El tiempo resolverá la cuestión, probablemente cuando los daños que ocasione su frivolidad no tengan remedio.
En EEUU, la Cámara de Representantes ha aprobado enjuiciar a Donald Trump por abuso de poder y obstrucción al Congreso. Es el primer paso hacia una posible destitución, un proceso que será tormentoso. Que nadie dude que las continuas mentiras con las que está acostumbrado a ocultar sus mezquindades, intereses empresariales y excesos, fortalecerán su imagen de cara al electorado. El apoyo a Trump se ha elevado 6 puntos hasta el 45% desde el comienzo del proceso. Yo ya no dudo de que no solo no será destituido, pese a haber puesto en riesgo la seguridad nacional con sus actuaciones arbitrarias, sino que será reelegido en 2020. Al tiempo.
Otro ejemplo de que la verdad no importa. La recogida de la fresa en Huelva la harán 40.000 trabajadores nacionales y 57.000 extranjeros (25.000 serán comunitarios, jornaleras rumanas y búlgaras), 12.000 serán no comunitarios sin contratos en origen, algo más de 20.000 procederán de Marruecos con contratos en origen (14.100 que repiten de años anteriores y 6.100 contratadas por primera vez, la mayoría son mujeres). En Alemania, Merkel ha acordado con empresarios y sindicatos facilitar la llegada de 1.400.000 extranjeros para evitar que se pare la economía por falta de mano de obra. Con tan bajas tasas de natalidad faltan trabajadores, ya sean cualificados o para empleos que nadie quiere hacer por los bajos salarios y las amplias jornadas. Sin embargo, entre las falsedades que nos tragamos sin pensar haciendo de los bulos nuestro alimento intelectual, se extiende la idea de que todo tipo de inmigración es una peste.
Me falta espacio para más ejemplos. En mi modesta opinión, creo importante exigir la verdad en el discurso público porque lo que está en juego es la democracia. De momento va triunfando la mentira. A lo mejor, en Navidad nos visitan los Reyes Magos y nos devuelven la cordura que nos obliga a reconocer que no siempre llevamos razón aunque, a bote pronto, nos lo parezca. ¡Feliz Navidad!, de verdad.
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