Lo más inquietante de las catástrofes inimaginables es que pueden ocurrir en cualquier momento. ¿Por sorpresa? No siempre: sin ir más lejos, muchos científicos llevaban años avisando de la certeza de una pandemia a escala global, y la pandemia llegó. Lo hasta entonces inimaginable se ... transformó, de la noche a la mañana, en una realidad prevalente.
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En «El mundo de ayer», su libro de memorias, Stefan Zweig señala la despreocupación con que la gente de su tiempo se tomó la posibilidad de las dos guerras mundiales. Los conflictos bélicos en países lejanos eran eso: desastres más o menos remotos que en nada les afectaban, ignorantes de las consecuencias geopolíticas de las políticas nacionales. «Aquel mundo de la seguridad fue una fantasmagoría», apreció Zweig.
Hay altos gobernantes que advierten ahora de la contingencia de un conflicto bélico entre la hipermilitarizada Rusia y la casi desmitalirizada Europa. Cuando suenan tambores de guerra es posible que finalmente no haya guerra, pero sí tambores, con su ruido amenazador: el simple hecho de que suenen es ya, por sí mismo, un conflicto bélico. Comparar a Putin con Hitler no es tanto un insulto simplista para el presidente ruso como una analogía imparcial: de momento, su Polonia ha sido Crimea, a la espera de lo que pase finalmente en Ucrania y de lo que venga después. ¿Alarmismo? Bueno, los sociópatas que se hacen con el poder llevan un disfraz distinto, pero se comportan de una manera invariable, conforme a sus delirios imperialistas, a su desprecio por la vida humana y a su interpretación alucinada de la Historia.
En otro frente, el gobierno de Israel –cuidado con Irán- decide combatir el terrorismo mediante el terrorismo de Estado, descendiendo de ese modo de la civilización a la barbarie, y no deja de resultar chocante que las protestas contra ese genocidio se interpreten por algunos no ya solo como un apoyo a Hamás, sino como una muestra de antisemitismo. Y es que lo de «No matarás» no es tanto un mandamiento religioso como un principio básico de humanidad. Pero son cadáveres anónimos. Cifras.
¿En qué manos optamos por dejar el rumbo de la realidad común? Porque no estamos hablando de gobernantes golpistas, sino electos, beneficiarios de nuestra fascinación por esos líderes perturbados que, con promesas irracionales de redención social, nos conducen al cataclismo de lo que entendemos por civilización.
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Zweig, en el libro referido, cuenta cómo en los días previos al estallido de la Primera Guerra Mundial la población europea disfrutaba despreocupadamente de las expansiones veraniegas mientras se gestaba la gran catástrofe. Y ya sabemos que la Historia, al ser un defectuoso mecanismo cíclico, tiende a repetirse.
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