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Una confesión inadecuada, pero necesaria para situar ideológicamente mi punto de vista: en las últimas elecciones no voté a Pedro Sánchez, sino al PSOE. ¿Son disociables? No, hoy por hoy no, pero de sugestiones pretéritas también se vive en el presente. Hecha la confesión, vayamos ... a otras cosas…
La noche electoral, una vez conocidos los resultados, resultó desconcertante: Sánchez presentándose como ganador a pesar de haber perdido, la ministra Montero dando botes como si le hubiese tocado la lotería y la vicepresidenta Díaz, candidata de un partido finalmente minoritario, celebrando como un logro personal la victoria del bloque progresista, cuando ese bloque, al menos de antemano, era una entelequia, toda vez que cada partido del gobierno saliente de coalición concurrió a las elecciones en solitario. A partir de ahí, todo ha ido desplazándole al ámbito de lo insólito: considerar al PNV, a Junts y a Bildu como aliados progresistas del bloque progresista, que es algo que exigiría una explicación si la política no fuese el territorio de los fenómenos inexplicables. ¿El pulpo como animal de compañía?
Sánchez posee una cualidad que se considera un defecto en la vida privada y una virtud en el ejercicio de la política: la falta de escrúpulos. Esa falta de escrúpulos está alcanzando su momento estelar con su predisposición a conceder la amnistía a los líderes del procés a cambio de que lo mantengan en la presidencia del Gobierno, con el argumento estrambótico de que esa maniobra desmontaría de una vez por todas dicho procés, a pesar de que Puigdemont ha dejado clara su posición inamovible con respecto a la independencia. Es decir, su intención de reincidir en el delito.
Como solución pragmática, más valdría que a Puigdemont no se le concediese la amnistía, sino una bula judicial vitalicia, lo que de paso supondría un avance en la necesidad de desjudicializar la política, para que de ese modo los políticos puedan vivir, como tales políticos, al margen de la ley. Porque se trata, según parece, de «hacer política», esa formulación eufemística que equivale a que los políticos puedan hacer lo que les salga del alma. Y es que una cosa es la moral política y otra cosa muy diferente la moral a secas: la moral política tiene la ventaja de que puede sustentarse en la pura inmoralidad.
La vieja guardia del PSOE clama contra las concesiones de Sánchez, lo que ha promovido el vicio del edadismo en la nueva guardia del partido: cosas de viejos chochos. Es muy posible, en fin, que con estos enjuagues el PSOE acabe perdiendo apoyos entre sus bases. Quién sabe. Pero tampoco es descartable que, en las próximas elecciones, a Sánchez lo vote incluso Puigdemont.
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