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La labor de los políticos se supone que consiste en gestionar y resolver los problemas de una comunidad. El problema viene cuando los políticos se convierten en un problema comunitario. Es el principal problema que presentan los problemas: que si no surgen por un lado, ... surgen por otro.
En Cataluña, la política tiende a complicarse un poco gracias a que el independentismo no es ya tanto una aspiración social como una religión tribal, como lo es también para otros el españolismo. Y es que en el momento en que en la política acaban imponiéndose los conceptos abstractos sobre los asuntos prácticos, mal asunto, al entrar en juego unos factores irracionales de difícil manejo: se puede gestionar la educación o la sanidad, pero los ensueños patrióticos ni siquiera pueden gestionarse a sí mismos, al moverse en la esfera de la fantasía.
Para fantasía extraordinaria, eso sí, la de Puigdemont: postularse como presidente después de haber perdido unas elecciones. ¿Por qué no? No sería el primero. Además, la ilusión es gratuita, y se lo imagina uno entrando triunfalmente en Barcelona a lomos de un caballo blanco, con música de clarines y de chirimías y con estruendo de artillería gruesa, al igual que el ingenioso y desventurado hidalgo cuando llegó allí en las páginas finales de «El Quijote».
Lejos de cualquier fantasía, los de ERC andan en la prosa de la realidad, hasta el punto de que, visto lo visto, para ellos los intereses de Cataluña como cosa en sí están por encima de los intereses de los catalanes como entes de carne y hueso, al mismo tiempo que Cataluña como cosa en sí está por debajo de los intereses partidistas de ERC.
Con el análisis del resultado de unas elecciones pasa lo mismo que con las profecías de Nostradamus: cada cual las interpreta a su manera. El análisis de las elecciones catalanas copa en estos días las tertulias de nuestros expertos polivalentes. Además del presidente del Gobierno, algunos politólogos –ya sean diplomados o espontáneos- dan por hecho que el triunfo del PSOE se debe a la ley de amnistía, lo que no deja de ser una conclusión un tanto exótica: como muestra de agradecimiento, ¿los antiguos votantes de los partidos independentistas votaron a Illa? Mucha generosidad parece esa, no sé.
Quizá la cosa es más simple: los vaivenes de los votantes son el mayor misterio –y a veces el mayor peligro- de una democracia. El problema –otro- es cuando la clase política se resiste a escuchar lo que dicen las urnas y escuchar únicamente las voces que le resuenan dentro de la cabeza, porque entonces el asunto se desplaza ligeramente del ámbito político, en fin, al campo de la psiquiatría.
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