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Un almirante holandés, tras perder una batalla contra los tercios españoles, allá a finales del siglo XVI, supuso que Dios debía de ser español, pues de otro modo no podía explicarse aquella victoria lograda contra todo pronóstico. Se trataba, claro está, de una ocurrencia irónica. ... Aquella suposición, despojada de su componente irónico, ha sido adoptada por algunos de los ultrapatriotas que se entretienen en manifestar su horror cívico en la calle Ferraz. Como no hace falta decir, el hecho de que Dios tuviese nacionalidad española sería una buena noticia incluso para los malos españoles, que algún beneficio obtendrían de esa circunstancia, así fuese de rebote, pero confieso no contar con argumentos teológicos de peso para corroborar o para refutar esa hipótesis. Tal vez sí. Tal vez no. Quién sabe.
De todas formas, no tengo inconveniente en adherirme a los optimistas, aunque tras la adhesión vienen las dudas: ¿cómo permite Dios que su país natal caiga en manos de quienes quieren trocearlo?, ¿admite Dios la plurinacionalidad o es unionista?, ¿ha tenido algo que ver con la amnistía, entendida como una variante del perdón cristiano? Etcétera.
Con toda la humildad con que deben formularse las conjeturas, y más aún cuando entran en liza factores ultraterrenos, es posible que Dios haya puesto a prueba a algunos de sus paisanos mediante el martirio: hacerles padecer durante cuatro años un Gobierno antiespañol y medio comunista. Un poco como lo del Anticristo, pero en versión parlamentaria. Claro está que al asunto se le puede dar la vuelta y sospechar que a quien Dios ha impuesto el martirio es al propio Gobierno, ante el que es posible que se abra –aunque Dios no lo quiera- un horizonte de pesadilla, no solo por sus discordancias internas, sino sobre todo por su apoyatura en unos aliados coyunturales que pueden acabar manifestándose como enemigos permanentes.
Aparte de eso, y al margen de cuál sea su nacionalidad, solo Dios sabe lo que se cuece este sábado en Suiza en esa reunión secreta entre los superagentes especiales del PSOE y de Junts. Algo muy a lo John le Carré. Algo muy intrigante. Quiera Dios, presunto español de pura cepa, que esa reunión en un país neutral aplaque la tradicional guerra étnica entre España y Cataluña. Quiera Dios que «el verificador internacional» verifique con imparcialidad todo lo verificable o, al menos, todo lo que sea digno de ser verificado con veracidad.
Mientras tanto, los manifestantes de Ferraz han dado un giro espiritual digno de aplauso: de corear pareados insultantes y soeces, han pasado a rezar el Santo Rosario.
Si yo fuese presidente del Gobierno, también rezaría. Por lo que pueda pasar. Como mera medida, en fin, de prevención.
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