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Excluidas las ficciones protagonizadas por James Bond, que iban a su aire, las novelas y películas centradas en las tensiones de la Guerra Fría se basaban en tejemanejes rocambolescos y en intrigas artificiosas que aspiraban a una verosimilitud preocupante y un tanto apocalíptica. Espías que ... envenenaban y espías envenenados. Agentes dobles y desertores. Delatores y confidentes. Mujeres fatales y agentes impasibles. Amenaza nuclear y gerifaltes rusos que salían de una borrachera para entrar en otra. La meta básica de cualquier creador de ficciones, así se valga de hechos reales para su tarea, es que el público asienta a su propuesta imaginativa no tanto por resultarle creíble como por resultarle fascinadoramente increíble.
Nostálgico de la Guerra Fría y aficionado a la guerra en caliente, Vladímir Putin no está escribiendo en el libro de la Historia el equivalente de 'Guerra y paz', sino una novela de kiosco, en parte porque él mismo viene a ser un personajillo de novela barata. En esa mala novela de Putin no solo no existe verdad alguna, sino ni siquiera un atisbo de verosimilitud, y no existe desde su primera página, en la que planteó una intriga bastante burda: aquel despliegue de tropas en la frontera con Ucrania que justificó como unas maniobras militares tan rutinarias como inocentes. Tras muchos capítulos de una narratividad chapucera, la novela de Putin anda ahora por un tramo cercano a la ciencia-ficción: el presunto intento de liquidación de su persona por parte de los ucranianos -con el apoyo ineludible de EE UU- mediante unos drones explosivos que sobrevolaron el Kremlin, aunque por fortuna fueron derribados antes de consumar el magnicidio, a pesar de la circunstancia curiosa de que Putin no se hallaba allí en aquel momento. ¿A qué novelista medianamente cuerdo se le puede ocurrir un recurso narrativo como ese? A Putin, claro está, que, más que con Tolstoi, parece haberse formado intelectualmente no ya con las novelas de Ian Fleming, sino con las historietas de Mortadelo y Filemón. De todas formas, la novela de Putin se atiene por una vez a la coherencia: sus palmeros condecorados ya piden, como represalia, la cabeza de Zelenski.
La novela de Putin empezó mal y acabará sin duda peor, aunque es posible que peor para todo el mundo. Y piensa uno, no sé, que, a la hora de elegir asunto para escribir su historia, Putin eligió mal: hubiera tenido más éxito popular una novela en la que describiese la orgía homosexual en que vivimos los europeos, por ejemplo, ya que esa es la visión que tiene de Occidente, tal vez porque, en sus visitas oficiales a los países del otro lado de la realidad, acabó, por una cosa o por otra, en los barrios gays. Pero él sabrá.
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