El verano es una estación más apropiada para la celebración que para el ejercicio de la nostalgia, pero llega un momento en que el pasado acaba pesando más que el presente y nos da por añorar. Con respecto a mis veranos de infancia, lo primero ... que se me impone en la memoria no es la playa, sino los cines de verano, que fueron algo así como nuestra cervantina Cueva de Montesinos, el recinto de los encantamientos.

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En mi pueblo llegó a haber seis, de modo que un día podíamos pasar un poco de miedo gracias a Christopher Lee haciendo de conde Drácula y, al día siguiente, hacer un esfuerzo metafísico para reírnos con los enfurruñamientos sobreactuados de Louis de Funes. Ahí teníamos a Santo, el Enmascarado de Plata, aquella estrella mexicana de la lucha libre que se enfrentaba a las mujeres vampiro, a Cerebro Diabólico, a los villanos del ring o a las momias de Guanajuato, entre otros engendros y prodigios, y de todos aquellos peligrosos lances salía con bien. Por su parte, con Paul Naschy, el Hombre Lobo por excelencia, disfrutábamos de la transformación de la apacible noche veraniega en una espeluznante noche de Walpurgis, y luego aquello se nos colaba en los sueños, de los que despertábamos sudorosos y agitados, viendo licántropos incluso debajo de la almohada.

Comoquiera que el deseo nace antes que la conciencia del deseo, y como no todo iba a ser ficción irracional, ahí que una noche se nos apareció Raquel Welch, con su bikini de diseño troglodítico, para hacernos sentir una mezcla de confusión y de ansia que hasta entonces nos era desconocida, esa misma mezcla extraña y pecaminosa que sentimos al ver 'Cuando los dinosaurios dominaban la Tierra', con aquellas muchachas rubias que iban a ser sacrificadas por los de su tribu como tributo ritual al sol. Vale que en la prehistoria la gente andaba más preocupada por los ataques de los dinosaurios carnívoros que por echarse una novia guapa, pero aquello del sacrificio nos sentó como un tiro, y salimos del cine con ganas de romper escaparates como acto solidario con las rubias de la antigüedad.

Las funciones empezaban a las diez de la noche, y allá íbamos con un bocadillo y con la cantidad exacta del precio de un refresco. También –qué raro- con un jersey, por si refrescaba, porque en aquella época se producía ese fenómeno meteorológico, y no había cosa que alertase más a una madre que un constipado veraniego, por su fama de persistente.

El tiempo pasa, en fin, y nosotros con él. Llega el verano y te pones a recordar tus veranos remotos, cuando la vida estaba por descubrir, cuando aplaudías cuando se apagaban las luces y se iluminaba la pantalla. Como si lo que se iluminaba fuese, en fin, el mundo mismo. El verdadero.

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