A estas alturas, confieso que sigo sin entender nada: ¿cómo se metió Sánchez por su propio pie en la trampa de una disyuntiva en que las dos opciones le eran desfavorables? En caso de dimitir, se convertía en un personaje innecesariamente dramático. Si seguía, en ... un personaje involuntariamente cómico. Aparte de eso, tampoco entiendo la dislocación cronológica de su proceder: a una dimisión se llega reflexionado, y no se anuncia como probabilidad… a no ser que se trate de un farol. Un farol, en cualquier caso, igualmente incomprensible: ¿para qué? ¿Para mantener durante cinco días la angustia melodramática entre sus partidarios y la esperanza recelosa entre sus adversarios? ¿Para sentir el vértigo del martirio y, a la vez, la emoción reconfortante del más que previsible apoyo por parte de los suyos?

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Cuando leemos una novela, le exigimos verosimilitud, así esté protagonizada por dragones de tres cabezas. A la realidad no le exigimos tanto, porque de sobra sabemos que suele ser más descabellada que la ficción. Aun así, resulta inverosímil que alguien que ha llegado a la presidencia del Gobierno tras salvar una complicada carrera de obstáculos se plantee su renuncia por la gota que, según parece, colmó el vaso de su aguante emocional: la querella interpuesta contra su mujer por un pseudosindicato filofranquista empeñado en ejercer el bandolerismo en los juzgados. ¿De veras?

Podemos engañarnos, pero la polarización y la crispación ha sido responsabilidad de todos. (El mes pasado, sin ir más lejos, la ministra de Hacienda acusó en el Congreso a Feijoó de haber concedido una subvención, cuando era presidente de la Xunta, a la empresa en que trabajaba por entonces su pareja. Ante aquella acusación, Sánchez, en el escaño contiguo, aplaudió con entusiasmo, asintió con vehemencia y se rio con ganas. Al día siguiente, se demostró que se trataba de una falsedad).

Tras su trance reflexivo, Sánchez ha llegado a la conclusión de que hay que regenerar la política. ¿Cómo? No se sabe. A tanto no ha llegado su reflexión, aunque ha señalado en abstracto a sectores mediáticos y judiciales como elementos nocivos para la democracia. Bien. ¿Qué arreglo tiene eso? ¿Inhabilitar a jueces, controlar la difusión digital, cancelar la pseudoprensa? Tal vez si hubiese reflexionado un día más, habría caído en la cuenta de que la realidad global se sustenta en un complejo y alarmante guirigay, tan descontrolado como incontrolable, en el que, de manera tal vez irreversible, se ha diluido la frontera entre el bulo y el dato.

Propone Sánchez parar «la máquina del fango». Sí, cómo no. Aunque lo más probable es que a partir de ahora el fango se convierta en lava. Y eso sí que quema.

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