Esta semana hemos comprobado lo que el Gobierno sabe mejor que nadie: que su gobernabilidad va a ser un continuado ejercicio de funambulismo. Bueno, de funambulismo y de otras cosas: de cambalaches, chantajes, amenazas y venganzas. El suspense está asegurado, con el inconveniente de que ... la política no es una película de Hitchcock.

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Hemos asistido, por ejemplo, a la escenificación de la venganza por parte de Podemos, esa formación que ha pasado en un abrir y cerrar de ojos a ser un soplo de aire fresco a desprender un tufo rancio, enquistada en turbias luchas de poder tanto internas como externas. No por casualidad su antiguo y amado líder se entretuvo en analizar en un ensayo la serie televisiva 'Juego de tronos', aunque es posible que su papel actual tenga más que ver con el Mago de Oz que con los monarcas peleones de aquella fantasía cinematográfica, lo que no quita que un equivalente de la Madre de los Dragones se haya convertido en su némesis por haberle usurpado el trono. Cabría suponer que, al igual que el cielo se toma por asalto, el infierno se toma porque sí.

Hemos asistido también al chantaje de Junts, ese extraño compañero de viaje del Gobierno para ser tal Gobierno. (Lanzo un reto: que alguien señale las siete diferencias existentes entre el micropatriotismo de Junts y el macropatriotismo de Vox). Comoquiera que el actual Ejecutivo no va a disponer de un solo voto gratis por parte de los partidos minoritarios que le prestaron -y nunca mejor dicho- su apoyo en la investidura de Sánchez, los de Junts, en su particular juego de tronos con Esquerra, ha exigido la transferencia en materia de política migratoria para poder expulsar de su territorio a los inmigrantes que reincidan en el delito (¿y mandarlos a otras regiones del país?), en justa correspondencia a lo que el Estado español hizo con el martirizado Puigdemont, que se vio obligado a abandonar la Madre Patria Catalana por una simple ocurrencia delirante en uno de esos momentos tontos que, al fin y al cabo, tiene todo el mundo. ¿Xenofobia? Bueno, según se mire. Las identidades nacionales hay que defenderlas desde la exclusión, no sea que se diluyan. (Lo raro es que los delincuentes reincidentes con apellidos catalanes no solo no sean expulsados, sino que incluso algunos de ellos cuenten con despacho oficial, coche oficial y sueldo estatal). No me gustaría pecar de malpensado, pero me atrevo a sospechar que los independentistas catalanes tienen muy claro el beneficio de la estrategia del caos: cuanto peor le vaya al resto del país, mejor le irá a la Cataluña soñada.

Entre cosa y cosa, en fin, el Gobierno va a disfrutar de una gobernabilidad muy entretenida. Mucho.

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