La tragedia provocada por la dana ha sobrecogido al país entero, excepción hecha de algunos que han procurado rebajarla a una macabra comedia política de reproches y acusaciones. Nadie esperaba menos: ellos son así.

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Para adornar las cosas, el antes cantante melódico y ahora sociólogo ... cómico Miguel Bosé se ha apresurado a revelar a la población que no estamos ante un fenómeno natural agravado por el cambio climático, sino ante una catástrofe ideada, programada y llevada a efecto «por una panda de delincuentes malnacidos», que no son otros que los 193 representantes de los 193 países que firmaron la Agenda 2030 para el Desarrollo Sostenible, «una elite de mandatarios cuya única intención es destruir todo aquello que, a lo largo de generaciones, familias enteras del campo y de las ciudades han ido construyendo con incontable esfuerzo y dignidad». A alguien que se ha perdido el respeto a sí mismo no se le puede exigir que respete ni siquiera a las víctimas de un desastre, y hay que tener el entendimiento en muy mal estado para intentar convencer a quienes acaban de perderlo todo que la culpa no ha sido de la meteorología, sino de un plan secreto y diabólico a escala mundial.

Lo más irracional de los bulos de inspiración paranoica no son tanto los bulos en sí, que por lo general no pasan de ser razonamientos delirantes y risibles, como el extraño éxito popular de quienes los ponen en circulación, hasta el punto de que medio mundo anda ahora en vilo por la posibilidad de que un delincuente perturbado alcance la presidencia de EE UU en un momento en que la mecha de una catástrofe global es cada vez más corta.

Las catástrofes naturales traen calamidades que obligan a una actitud fatalista. Las catástrofes artificiales traen calamidades que nos abocan, en cambio, al pesimismo cívico: ¿cómo es posible que nos parezca una buena idea dejar nuestro destino común en manos de charlatanes peligrosos? La respuesta me temo que no resultaría demasiado alentadora.

Al lado de la tragedia vivida en estos días, las miserias que exhiben los gobernantes parecen folletines chuscos: ministros con asesores siniestros, especuladores que se disfrazan de compañeros de viaje para sobornar a jerarcas corruptibles, líderes moralistas y admonitorios que disfrutan de una doble vida, presidentas a las que les gusta la fruta del árbol del bien y también la del mal, ultrapatriotas fugados de la justicia que fulminan a distancia a quienes amagan con usurparle el trono…

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En estos días se impone, por encima de todo eso, la desolación solidaria. Y tal vez ayudaría a sobrellevarla el que algunos políticos dejasen de ser, al menos durante un rato, tan obscenamente políticos. Pero…

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