Farsantes

Se acuerdan del maestro shaolin de Bilbao? Aquel farsante, tristemente popular por unos días, se paseó por los platós de las televisiones generalistas con una facilidad pasmosa, sin que nadie se preguntase qué era en realidad antes de invitarle a soltar sus peroratas y clases ... de autoayuda. Tras darle voz en programas con una audiencia más que decente se descubrió, por unos trágicos acontecimientos que duele recordar, que no era monje ni nada, salvo un impresentable y un jeta con ínfulas y serios problemas para relacionarse con el sexo contrario. En su día se la coló a muchos periodistas con carnet, o sin él, que presumen de buena profesión igualmente. A nadie se le ocurrió comprobar que el sujeto en cuestión, fruto de nuestro tiempo, ese monstruo al que los medios alimentaron –exprimiendo el morbo al máximo, una vez descubierto el verdadero rostro del gañán– era en verdad lo que decía ser antes de ponerlo frente a los focos y tratarlo como a un grande, como a una mente ejemplar, símbolo de la paz espiritual. Debemos aceptar que este señor estaba necesitado de atención y se la dimos, con cámaras, luces y aplausos, mientras otras personas con algo realmente importante que decir pasan desapercibidas en el circo mediático. No es que haya que pasar un test psicológico para aparecer en las tertulias o ser entrevistado, pero si el espectáculo debe continuar, que al menos no sea dejando hablar a psicópatas que dan cursos sobre la vida. Ahora este tipo de individuos sin escrúpulos están, sobre todo, en las redes sociales, donde reina la farsa, pero la ventana electrónica sigue prestando atención a los discursos tóxicos de estos gurús infames que esconden un terrible lado oscuro. Deberían ser silenciados, al menos en los medios públicos.