Ay!, la Ciudad del Envase y el Embalaje, esa fantasía de Andreu y Castresana. Al panal de rica miel de los fondos europeos de recuperación y la nata de la inmejorable receptividad con la que el proyecto ha sido saludado en cuanto ministerio es conocido ( ... es lo que cuentan), a la nonata criatura le han salido pretendientes con pretensiones, como los que gustaban antes a las mamás. La fe con la que presenta la mercancía la presidenta, tesón de vendedor de enciclopedias en los 70, ha calado y Alfaro, Haro y Agoncillo-Arrúbal-El Sequero se venden como mejor cajón para el sindiós de inversiones, empleo y millones que se huele. Se venden no sin cierto patetismo localista, como si el éxito o el fracaso de esta fantasía en bote dependiese de caer unos kilómetros más al este o al sur y no, pongamos, a la necesidad de una buena red de comunicaciones, de carreteras y de ferrocarril, que recordaba ayer mismo en Logroño un experto en la cuestión. ¡Ay!, el tren, esa fantasía que al Gobierno progresista le causa tanta alergia que mejor ni mentárselo.
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