«¿Cómo curar a un fanático?», se preguntaba el escritor Amos Oz sobre el conflicto judío/palestino. Leyéndolo estaba cuando el escritor Salman Rushdie fue agredido salvajemente mientras impartía una conferencia en Chautauqua, estado de Nueva York. Me impresionó tanto como en 1989 la orden ... religiosa del ayatolá Jomeiní animando a darle muerte. No sé cómo se puede vivir un día tras otro sintiendo dentro de ti el miedo a saberte sentenciado. Rushdie lleva treinta y tres años superando esa angustia. Defendiendo el maravilloso derecho a la libertad de expresión, ha sabido seguir escribiendo y viviendo con la sombra de esa amenaza. Seguramente es más feliz que sus enemigos porque tiene su vida propia y respeta la vida de los que le odian.
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Fue nuestro Francisco de Goya quien nos enseñó en uno de sus grabados que el sueño de la razón produce monstruos. Pero la carencia de sentimientos, la ausencia de humanidad y de respeto a la libertad de los demás crea otros monstruos extremadamente destructivos. Producen odio y el odio es el germen de la intolerancia y del fanatismo que, no solo es religioso como el que padece Salman Rushdie. Hay muchas otras clases de intransigencia ideológica. Como explica Amos Oz, el fanatismo es más viejo que el islam, el cristianismo o el judaísmo, es un componente de la naturaleza humana. Todos llevamos dentro un fanático en potencia, una simiente de talibán de cualquier credo va dentro de nosotros y es preciso mantenerlo a raya para que no destruya nuestra bondad. Quizá la mejor forma de contener esa semilla del mal consista en ponerse en el lugar del otro, intentar comprenderlo y, sobre todo, no oírlo, como quien oye llover, sino escucharlo. El fanatismo creciente en nuestra sociedad es una epidemia que se extiende porque solo interesa lo que coincide con nuestra forma de ver las cosas, lo demás se desprecia, se ignora y no se realiza el menor esfuerzo por comprender el dolor del otro, los miedos ajenos o la desesperanza de muchos. El egocentrismo también va unido al fanatismo.
Un ejemplo de la obsesión por lo propio y desprecio por lo ajeno acaba de producirse en Barcelona. Un grupo de radicales independentistas boicotearon en Barcelona el homenaje a las víctimas del atentado de las Ramblas en 2017, que provocó 16 muertos y más 100 heridos de 24 nacionalidades. Los familiares de los asesinados vieron interrumpido el minuto de silencio y la evocación de su propio dolor por varios exaltados que increparon a los presentes mientras alguno gritaba «España es un Estado asesino, queremos la verdad, hipócritas». Aunque el asombro fue generalizado, la expresidenta del Parlament, Laura Borrás, no dudó en saludar con euforia a los saboteadores. Una indignidad que evidencia que hay algunos que jamás desactivan al fanático que llevan dentro.
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