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Cuando escribía estas líneas, en La Rioja se habían administrado tan solo 858 de las casi 6.000 vacunas de la Covid-19 que le tocaron en la pedrea del Sorteo Extraordinario de la Lotería de Sanidad. Eso supone un 14,5% de las dosis ... disponibles, el porcentaje más bajo de todas las Neotaifas. Teniendo en cuenta que la primera vacuna se administró el 27 de diciembre, quiere decirse que las primeras semanas en las que al fin llegó la anhelada vacuna, se administró al meteórico ritmo de 70 dosis diarias en una provincia dotada con cuatro hospitales, 22 centros de salud y miles de profesionales sanitarios capacitados para poner una inyección intramuscular.
Ante esta inaceptable lentitud en plena ola coronavírica, y haciendo gala de uno de los vicios políticos más perversos de nuestra clase gobernante, la ausencia de autocrítica, la máxima autoridad regional se apresuró a cargarle el muerto al colectivo de enfermería con una sentencia lapidaria: «Faltan manos». Dos palabras que encierran toda una teoría maligna de la lentitud vacunal: nosotros tenemos suficientes vacunas para ir mucho más rápido, lo que pasa es que falla el personal que debe administrarlas, y yo ahí lo dejo.
Para empezar, el Gobierno riojano no dispone de suficientes vacunas, sino de las pocas que el Gobierno español adjudica a La Rioja, dentro de las pocas que recibe del gobierno europeo, que siguiendo el principio de Peter ocupa la cúspide de una inmensa pirámide burocrática cuya incompetencia se va desparramando en cascada con la lentitud y nocividad de la lava de un volcán. Además, el personal de enfermería en activo no puede ni debe hacerse cargo en exclusiva de la campaña de vacunación dentro de su horario de trabajo. La vacunación debe ser una prioridad absoluta del sistema sanitario, no monopolizada por Ministerio y consejerías, sino que movilice todos los recursos posibles, públicos y privados, en activo y retirados (los médicos ya nos hemos ofrecido, sin respuesta por el momento) las veinticuatro horas de los siete días de la semana. Que el día de Reyes no hubiese vacunación porque era festivo, por ejemplo, fue una intolerable demostración de negligencia institucional. El virus no descansa, sigue infectando, enfermando y matando incluso los domingos, y no administrar todas las vacunas disponibles por fallos o deficiencias de organización y logística supone una grave irresponsabilidad de nefastas consecuencias para la salud y la economía, en plena embestida del bicho tras haber «salvado la Navidad» al coste de condenar a muerte a más ciudadanos. Aquí no faltan manos, sino imaginación, agilidad, amplitud de miras y estrategias de vacunación liberadas del rígido e ineficiente corsé de las administraciones publicas. Cabeza, en definitiva.
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