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Nos ha dado por envejecer. Es el último grito, literalmente. Envejecer es, como todo ahora, una app. No hay más que bajársela y ponerse a envejecer. Y te ves, como reflejado en el espejo del baño de El resplandor. Eso: el último grito. Y ... ya está. Ya has hecho, oye. El resto de tu vida puedes utilizarla en acabar de pagar la hipoteca, cebar el plan de pensiones e ir pareciéndote a tu avatar más añejo. Y si te desvías de ese perfil, pues puedes rectificar e ir insertando cada arruga, mella o mancha donde corresponda, para no alterar tu destino, que es el que es. ¡Amigo! El destino existía y viene de serie en cualquier smartphone. ¿Cómo lo hacen? Fácil: al escuchar las grandes compañías nuestras conversaciones y adelantarse incluso a nuestros pensamientos, nos pillan el ADN en el aliento o en el pensamiento. Y luego no hay más que hacer una proyección. Que para las grandes compañías está chupado porque tienen unos programas del copón. Fausto ahora paga por envejecer. Yo les recomiendo que pidan en su librería la novela Se busca persona feliz que quiera morir, una extraordinaria comedia de anticipación de Mariano Gistaín (Barbastro, 1958) y se la lleven este mes de agosto a los aeropuertos y a los chiringuitos. Habla del confort letal con el que nos hemos entregado al eros ciber, al gustito que da el hackeo de nuestro cerebro. 'Cibercostumbrismo', lo llama Gistaín, a la tendencia y al genero literario, invención suya, por cierto. Otras ventajas de la app 'envejecer': ya no habrá excusas para no reconocer a un compañero del colegio o a un familiar que hacía tiempos (así, en plural) que no veías: ahora lo tienes actualizado en el móvil. Igual que el Shazam te reconoce una canción y el PlantNet cualquier planta, podrías poner -o yo me lo imagino así- la pantalla del móvil delante de la cara del extraño, como el neuralizador de Men in Black, y enseguida se revelaría la identidad del viejo (des)conocido. Se ha acabado lo de si te veo por la calle no te reconozco. Y también podría funcionar esta app de la tercera edad como última renovación del DNI. Y también perfecciona el juego de mesa de los 'perfectos desconocidos' aportando la variante más grotesca del envejecimiento; que siempre será la del otro, claro; porque en el fondo pensamos que todo esto no va con nosotros. Y mientras nosotros pasamos el tiempo en el costumbrismo ciber, los seres humanos de verdad, un Roy Batty, por ejemplo, mueren recitando bajo la lluvia. Ya lo hemos visto esta semana. Otro efecto colateral del envejecimiento entendido como aplicación, como gadget, es que de nuevo una metáfora ha dejado de serlo. ¡Cómo van cayendo las metáforas!, madre mía. En esta ocasión le ha tocado a «envejecer como el vino». Pues ya está. Ya podemos envejecer materialmente como el vino, sin recurrir a las figuras literarias, sino mejor a un accesorio, mas práctico. Acabamos de tener noticia de que la Peugeot de los coches tiene una división llamada Peugeot Saveurs dedicada también a la velocidad, pero de los sabores. Y resulta que han inventado un aparatito llamado 'La llave del vino' (la Clef du Vin) que se introduce en la copa y al contacto con el vino lo envejece automáticamente un año. Es la piedra filosofal de la Crianza. Un acelerante. Envejecer, en fin, ya no es cuestión de tiempo. Para nadie ni para nada. Es una moda, una opción, una chorrada. Rejuvenecer, en cambio, es una excepción, algo artístico. Y se trabaja con un cuerpo real, con una piel real. Tienen ustedes la oportunidad -si pasan por Madrid este verano- de asistir en el Prado a un Renacimiento por partida doble; o triple, porque el motivo retrocede hasta el momento de una anunciación, al prenacimiento: la Anunciación de Fra Angelico (1420-1430) resplandece como si acabaran de pintarla. Y así es. Para esta metamorfosis no hay app que valga. Es todo orgánico y sucede en tiempo real. Si existe una edad de oro es la de esta luz áurea que ha sido restaurada filamento a filamento. Desde los rayos, pasamanerías o coronas hasta cada pluma de las alas del ángel anunciador. Podrías pasarte horas recorriendo el mapa de esas alas, deslumbrantes, como de cabello de ángel. Te llevan muy lejos. Y atravesando el espacio interior de porches y estancias. No se trata de un traslado virtual: estás dentro del cuadro. Es pura actualidad. Lo que anuncia es la pervivencia asombrosa del acto de la representación, de su fogonazo, de su misterio artesano. El otro vi llorar a espectadores delante de la tabla. No es maquillaje, es verdad, es original, está sucediendo.

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