En las pruebas de Selectividad, hasta ahora EBAU y a partir del año que viene PAU, los alumnos y alumnas que quieren entrar en la Universidad se sientan delante de un papel en blanco y contestan preguntas de Historia, Filosofía, Biología... con un simple bolígrafo ... y son capaces de escribir varias páginas sobre cada ejercicio propuesto, a partir solo de sus pensamientos, de lo que tienen en la cabeza, sin ninguna otra ayuda complementaria.
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Hay quien piensa que los jóvenes actuales tienen menos fundamento que el que ellos o ellas tenían en su época, pero las que yo he visto como vocal de un tribunal han sido personas bien educadas, responsables en su cometido y realizando varios ejercicios consecutivos de hora y media de duración con un alto grado de concentración.
Desde su punto de vista, la Selectividad es una prueba dura porque, a su entender, se juegan todo el trabajo del curso en un único examen. Sin embargo, el porcentaje de suspensos es del orden del 2%, lo que indica que no es tanta la dificultad, dado que una amplia mayoría la supera. Parece ser que la dureza, en su caso, no está en la misma prueba sino en las expectativas y en la carga emocional con que cada uno la afronta.
Si bien socialmente es una prueba de madurez, una especie de rito contemporáneo de paso de la adolescencia a la edad adulta, la Selectividad tiene una doble finalidad administrativa: por una parte, comprobar que el estudiante cuenta con las competencias adecuadas para cursar estudios de grado universitario; y, por otra, ordenar la adjudicación de plazas de acceso a los distintos grados.
Aquí es donde aparece la famosa 'nota de corte', que no es la calificación que exige la Universidad para entrar en un grado determinado, sino la nota del último alumno o alumna que accedió a ese grado el curso anterior. Una nota que ha ido elevándose ficticiamente los últimos años, tal como ha declarado recientemente la Conferencia de Rectores y Rectoras de las Universidades Españolas, en gran medida debido al modelo de examen utilizado desde la pandemia.
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Pero, vayamos al tema del título de este artículo: ¿cambiará el examen de Selectividad? Para empezar, habría que reconocer que es una prueba 'viejuna'. No se utilizan recursos informáticos y no se permite el acceso a internet. Se basa en la capacidad intelectual, memorística, de razonamiento y de expresión del alumnado, aislado y bajo la presión de un tiempo limitado. Ni asomo de la evaluación de competencias asociadas a modalidades docentes consideradas importantes en fases previas, tales como el trabajo por proyectos multidisciplinares, o el trabajo en equipo. En resumen, una prueba que, tras medir lo más objetivamente posible aspectos evaluables exclusivamente de forma individual, termina adjudicando un frio y solitario número.
Quizás los principales defensores del mantenimiento de este tipo de evaluación sean las y los estudiantes, en concreto aquellos que pretenden acceder a los grados de mayor demanda, así como sus progenitores. Unos padres y madres que, queriendo lo mejor para sus hijos e hijas, participan de su necesidad imperativa de cursar exclusivamente un grado determinado y, además, potencian el proceso competitivo que implica llegar a ese objetivo; lo que les hace permanecer vigilantes para no permitir ningún tipo de apertura hacia evaluaciones más complejas, menos memorísticas y que incluyan aspectos colaborativos.
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Todo hace pensar que el examen de selectividad no cambiará en los aspectos previamente comentados. Sin embargo, sí parece probable que, siguiendo criterios de igualdad, la prueba se vaya parcialmente unificando con algún examen común, por ejemplo, de Química o Matemáticas, primero en todo el Estado y quizás posteriormente en Europa (facilitando el acceso a universidades del resto del continente). Eso sí, todo parece indicar que será bajo las inmemoriales condiciones de soledad; con un papel en blanco, un bolígrafo y en un tiempo limitado.
Por último, otra posible novedad, más polémica, e impulsada por la demanda del binomio igualdad-objetividad, sería la utilización de la Inteligencia Artificial para la primera corrección, manteniéndose la segunda por el profesorado y la tercera por un tribunal.
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